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"Lo primero que el cuentista le pide a su lector es atención; el novelista, paciencia."

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Tríptico de Abramarca (Cuentos) - I. Abramarca

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"Abramarca"
Óleo sobre chapadur de José María Fojo, cm. 40,0 x 40,0 - Año 1998
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Abramarca.
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.AL ATARDECER, después de galopar todo el día, me detuve en una venta para refrescarme y dar un descanso a los caballos. Allí trabé conversación con un viejo lugareño que se dejaba estar sentado a una mesa, emboscado en la penumbra y su barba torrencial; se mostró sorprendido cuando le revelé el destino de mi viaje y mi voluntad de continuarlo de inmediato. Mientras él hablaba, pedí una botella de ginebra y dos vasos.
....—¿Viaja ahorita mismo a Abramarca? Es mal momento, la oración; tendrá que andar toda la noche. Al alba, el camino es fácil, y usted tiene buenos caballos; no se preocupe. Además, Abramarca lo atrae como imán al fierro porque sobra tanta soledad allí, que irradia avidez de vida, ya sea de hombre o de bestia; un aquerenciamiento fatal que se lo traga a uno y no lo suelta. Pero en el viaje yo me haría guiar por un baquiano… Cuando llegue a las estribaciones, enfile hacia lo más árido; no se puede confundir: es un cerro blanco, pelado, todo de piedra caliza que parece hueso molido, aunque de lejos usted lo ve gris, porque al blanco de la piedra se mezclan unas manchas de arena de pómez negra que algún volcán vomitó en otro siglo. Pago seco es aquél; sólo va a ver el verde mezquino y las florcitas como gotas de leche de algunos astreyes, que es planta sufrida y porfiada, y se agarra de los bordes de los barrancos con todos sus zarcillos como garfios, porque el viento la zamarrea y siempre anda queriendo quemarla hasta las raíces.
....»El viento, sí, es lo único que se oye en Abramarca, pero ulula y trina tan fuerte que al rato uno se acostumbra y ya no lo escucha. De cuando en cuando suenan algunas campanas en el caserío, en la cima del cerro, pero son campanas como de palo, que no llaman a nadie… ¿Y quién queda ya en el pueblo, sino los muertos y los viejos que los cuidan y esperan para unírseles, y desventurados de toda laya, vencidos por la falta de agua y ese sol que los seca por dentro, como si les transmutara la sangre en ceniza? Ya no hay nada en Abramarca, sino la soledad, la escasez y el olvido, y un sol que lastima, y una sombra ruin que no ampara…
....Acerqué la botella y serví más licor. La noche ya se alzaba en el oriente, y no se oía más que el ubicuo viento raspando las pircas con sus uñas huidizas y tableteando en los tejados con sus nudillos furtivos.
....»Sí, señor; yo supe vivir allá y ya harán como veinte años que me volví, después de enterrar a mis seis hijos entre las piedras blancas, debajo del polvo negro. Cuando sepulté al último, me quedé un tiempo para no dejarlos solos y hablar con ellos. Hablábamos mucho, como un padre debe hacerlo con los hijos… Pero al fin la penuria, o el viento, o la soledad me corrieron y bajé al llano. Y aquí estoy, y no mejor; a veces les hablo, pero con dificultad, y cada día menos… Se van quedando mudos, o la pómez triturada se les mete en las bocas; no sé… El viento me trae lo que dicen, pero ya casi no los entiendo; es un vestigio de voz, como una mezcla de aullido y llanto, o queja… Les contesto, pero no sé si me comprenden. Se les nota que se sienten muy solos, aunque yazcan juntos; yo trato de consolarlos y que se olviden que están muertos, pero desde acá. Porque a Abramarca no me vuelvo. No, señor; nunca –aseguró, haciendo un gesto de negación definitiva.
....La noche había llegado, trayendo gélidas estrellas y ráfagas recrudecidas. El viejo permaneció silencioso un rato muy largo, apretando el vaso vacío y con el ciego mirar fijo en las tablas manchadas de la mesa; acaso dirimía algo dentro de sí. Por fin destapé otra vez el frasco, pero me tuvo la mano y me miró hondo y, como sin quererlo, dijo:
....—Mañana me voy con usted, patrón…
....Asentí sin palabras; la compañía de un conocedor del país me daba una ventaja que yo no podría despreciar. Desaté del equipaje la bolsa de dormir y pedí permiso para acostarme en un rincón; el viejo se tendió cerca, envuelto en unas mantas. Al rato pude oír su respiración acompasada; había caído rápido al fondo de un sueño abismal, pero antes de dormirme oí que musitaba: «Ya casi no los oigo…»
....Temprano en la mañana nos pusimos en marcha y cabalgamos lado a lado sin hablar —agotada ya tal vez su magra historia—, hasta que el crepúsculo vespertino nos recibió en la cúspide del cerro. El viejo contempló las calles yermas de Abramarca como un lelo, y aunque no dijo nada, yo entendí que lo aplastaba la conciencia de la inaudita quiebra de su juramento de no volver a hollar ese sitio.
....La noche nos urgía; mis asuntos hubieron de postergarse. Nos acomodamos en una esquina de la nave derruida y desierta de la iglesia; los agujeros en el techo y las paredes permitían que las rachas interminables nos visitaran, y nos mostraban unas estrellas más nítidas y aciagas que las del llano. Arrebujado en la bolsa de dormir, oí en la hora nodal de la noche que el viejo me llamaba quedo desde su montón de mantas:
....—Forastero…
....—Qué pasa, viejo –dije, pero no hubo respuesta, y luego un ronquido con algo de estertor se metió en los huecos del retumbo del viento. Mucho más tarde lo oí balbucear, inaudible: «Ya no hablan»
....Un dolor que me taladraba los párpados me despertó: la luz de la aurora. Me incorporé y me acerqué a las mantas.
....—Viejo –dije, empujándolo con la punta del pie. El bulto parecía de una extraña delgadez, como si durante la noche se hubiera vaciado. Iba a zarandearlo de nuevo con la bota, pero me agaché de repente y retiré el sombrero y el borde del poncho que cubría la cabeza.
....La calavera, con su sonrisa tetánica de dientes maltrechos, me saludaba desde la palidez de su completa descarnadura. Tiré de la tela y puse al descubierto el esqueleto entero, mondo, desarticulado, ya reducido a su lastimosa eternidad de piedra.
....Pensé o sentí con desaliento: «Ahora, ya no sé cuál es el verdadero asunto que me trajo a Abramarca…» Saqué una pala Linnemann de la mochila y cavé una tumba entre las rocas del atrio. Tomando las mantas desde los extremos, logré que los huesos se juntaran en la concavidad de la urdimbre; los envolví, los bajé al fondo del túmulo, y los tapé con el polvo gris de la serranía.
Requiescat in pace!

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José María Fojo
Mención de Honor Certamen de Cuento
Instituto del Profesorado «Santo Tomás de Aquino»
San Martín, Provincia de Buenos Aires, 1997
Publicado en el libro “Prosperidad de las sombras”

El Francotirador Ediciones, 2000.

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