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"Lo primero que el cuentista le pide a su lector es atención; el novelista, paciencia."

jueves, 20 de diciembre de 2007

El libro

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"El libro"
Óleo pastel sobre papel de José María Fojo, cm. 24,0 x 32,0 - Año 2009

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.El libro..
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por Howard Phillips Lovecraft (1890 – 1937)
(Escrito en 1934)


MIS MEMORIAS están muy confundidas. Hasta tengo muchas dudas de dónde comienzan; porque algunas veces percibo sorprendentes visiones de años que se extienden detrás de mí, en tanto que otras parece como si el momento actual fuera un punto aislado en una infinitud gris y amorfa. Ni siquiera tengo certeza de cómo estoy comunicando este mensaje. Aunque ahora sé que estoy hablando, tengo la vaga impresión de que alguna extraña y quizá terrible mediación será necesaria para llevar lo que digo hasta los lugares donde deseo que se me oiga. Mi identidad, también, está confusamente nublada. Parezco haber sufrido una gran conmoción – tal vez a causa de algún en exceso monstruoso crecimiento de mis ciclos de única, increíble experiencia.
….Estos ciclos de experiencia, desde luego, nacen todos de aquel libro infestado de gusanos. Recuerdo cuando lo encontré – en un lugar de escasa iluminación cerca del río negro y aceitoso donde las nieblas siempre se arremolinan. El sitio era muy viejo, y las estanterías llenas hasta el cielorraso de volúmenes putrescentes se extendían sin fin en cuartos internos y alcobas sin ventanas. Había, además, grandes montones informes de libros en el suelo y en rústicas bateas; y fue en uno de esos montones que encontré el libro. Nunca supe su título, porque faltaban las primeras páginas; pero cayó abierto hacia el final y me dio un atisbo de algo que mareó mis sentidos.
….Había una fórmula – una especie de lista de cosas que decir y hacer – que reconocí como algo negro y prohibido; algo que yo había leído con anterioridad en párrafos furtivos de revuelto horror y fascinación, manuscrito por esos extraños y antiguos hurgadores de los secretos guardados del universo, cuyos textos decadentes me deleitaba absorber. Era una clave – una guía – hacia ciertas compuertas y transiciones con las que los místicos han soñado y murmurado desde que la raza era joven, y que conducen a libertades y descubrimientos más allá de las tres dimensiones y los dominios de la vida y la materia, tales como los conocemos. Durante siglos ningún hombre había recordado su sustancia vital o sabido dónde encontrarla, pero este libro era en verdad muy viejo. Ninguna prensa de imprenta, sino la mano de algún monje medio loco, había trazado estas ominosas frases latinas en letras unciales de imponente antigüedad.
….Recuerdo cómo el viejo me ojeó y rio, e hizo un curioso ademán con la mano cuando me llevé el libro. Rechazó todo pago por él, y solo mucho después pude sospechar por qué. Así que me apresuré de regreso a mi casa por esas estrechas y retorcidas callejas embozadas en niebla, cercanas al río, tuve la atemorizante impresión de ser perseguido con sigilo por suaves pasos. Las casas seculares y temblorosas a ambos lados parecían vivas, animadas de una malignidad fresca y mórbida – como si un canal de malvada comprensión, hasta entonces cerrado, se hubiera abierto de golpe. Sentí que esos muros y esos gabletes de ladrillo fungoso y revoques y maderos enmohecidos – con ventanas como ojos, vidriadas de diamante, que me miraban torvas – podrían a duras penas desistir de avanzar y aplastarme… y sin embargo yo había leído sólo un ínfimo fragmento de esa runa blasfema antes de cerrar el libro y llevármelo.
….Recuerdo cómo leí el libro por fin – pálido y encerrado en el altillo que había dedicado desde antiguo a extrañas búsquedas. La gran casa estaba muy silenciosa, porque yo no había subido hasta después de medianoche. Creo que tenía una familia entonces – aunque los detalles son muy inciertos – y sé que había muchos sirvientes. No puedo decir qué año era; porque desde entonces he conocido muchas edades y dimensiones, y todas mis nociones del tiempo se han disuelto y rehecho. Fue a la luz de velas que leí – me acuerdo del silencioso goteo de la cera – y me llegaban repiques que venían a cada momento desde lejanos campanarios. Yo parecía seguir esos repiques con interés peculiar, como si temiera oír alguna muy remota nota intrusa ente ellos.
….Entonces vino el primer arañar y golpetear la buhardilla que miraba desde gran altura los otros techos de la ciudad. Vino mientras yo canturreaba en alta voz el noveno verso de esa trova primitiva, y supe en medio de mis temblores qué significaba. Porque el que pasa las compuertas siempre gana una sombra, y nunca más puede estar solo. Yo había evocado – y el libro era de verdad todo lo que sospeché. Esa noche traspasé la compuerta a un vórtice de tiempo y visión retorcidos, y cuando la mañana me encontró en el altillo vi en las paredes y en los estantes y en los muebles lo que nunca había visto antes.
….No pude ver luego nunca el mundo como yo lo había conocido. Mezclados con la escena presente había siempre un poco del pasado y un poco del futuro, y cada objeto que alguna vez me fue familiar flotaba extraño en la nueva perspectiva debida a mi visión ensanchada. Desde entonces caminé en un sueño fantástico de formas desconocidas y conocidas a medias; y con cada nueva compuerta que pasaba, con menos simplicidad podía yo reconocer las cosas de la estrecha esfera con la que tanto tiempo había estado vinculado. Lo que yo veía a mi alrededor no lo veía nadie más; y me volví más silencioso y apartado por miedo de que pensaran que estaba loco. Los perros me temían, porque sentían la sombra externa que nunca me abandonaba. Pero aun leí más – en libros ocultos y olvidados y rollos a los que mi nueva visión me condujo – y pujé a través de renovadas compuertas del espacio y el ser y patrones de vida hacia el núcleo del desconocido cosmos.
….Recuerdo la noche en que hice los cinco círculos concéntricos de fuego sobre el piso, y me paré en el más interior cantando esa monstruosa letanía que el mensajero del Tártaro había traído. Los muros se derritieron, y fui barrido por un viento negro a través de golfos de insondable gris, con las cumbres aciculares de montañas desconocidas millas debajo de mí. Después de un tiempo hubo una completa negrura, y luego la luz de una miríada de estrellas formando extrañas, foráneas constelaciones. Finalmente vi una planicie iluminada de verde, muy lejos debajo de mí, y discerní en ella las retorcidas torres de una ciudad construida de ninguna manera que yo hubiera jamás conocido o leído o soñado. Mientras yo flotaba más cerca de esa ciudad, vi un gran edificio cuadrado de piedra en un espacio abierto, y sentí un odioso temor oprimiéndome. Di alaridos y luché, y después de un vacío estaba otra vez en mi altillo, despatarrado sobre los cinco círculos fosforescentes que había en el suelo. En el vagar de esa noche no hubo más extrañeza que en el de muchas noches anteriores; pero hubo más terror porque supe que yo estaba más cerca de esos golfos y mundos exteriores de lo que había estado nunca antes. Por lo tanto fui más cauto con mis encantamientos, porque no tenía deseos de ser separado ni de mi cuerpo ni de la tierra en abismos desconocidos de los que nunca podría retornar


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Traducción de J. M. F.

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