..
"Lo primero que el cuentista le pide a su lector es atención; el novelista, paciencia."

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Sobre "Prosperidad de las sombras"

.


Inés Malinow, José María Fojo y José Antonio Panizzi
en la biblioteca del Club del Progreso
durante la presentación de "Prosperidad de las sombras"
.
.
Alocución de José María Fojo en la presentación del libro
el 27 de setiembre de 2002 en el Club del Progreso
Buenos Aires
.
.
Una vez, alguien me dijo que lo bueno de los discursos de los pintores es que son breves. Bien, yo quisiera hablarles como autor de la cubierta de Prosperidad de las sombras, más que como el perpetrador de su contenido. De modo que estas palabras, si alguna virtud tienen, será solamente la de la brevedad. Y, desde luego, no tengo intención de infligirles un discurso. Pero he traído escrito lo que quería decirles no porque sea importante o memorable, sino para que no se me acuse de improvisado o espontáneo.
...He aquí, reunidas, algunas de mis hojas dispersas de ese infinito árbol de los cuentos que postuló Augusto Monterroso. Porque, según el escritor guatemalteco, cada cuentista sacude el árbol, y de él se desprenden las exactas hojas que le quepa llamar “suyas”. Por fortuna, el árbol de los cuentos es inagotable, y aunque los que se afanen contra el tronco sean innumerables, el venero de los cuentos nunca se agotará, y siempre caerán esas hojas nuevas, frescas, originales y misteriosas que llamamos cuento.
...¿Por qué esto es así? ¿Por qué los humanos tenemos necesidad insaciable de nuevas historias? ¿Por qué esa compulsión a narrar, y a que nos hagan el cuento? ¿Por qué llamarlas nuevas, si tal vez no son más de media docena que se vienen repitiendo desde la época de Gilgamesh con infinitas variantes según los tiempos, los gustos y las circunstancias? Tal vez porque toda ficción y en especial el cuento participa de cierto carácter poemático y por ende tiene algo de musical y, como enseñó Brahms, no importa una melodía sino lo que el artista haga con ella: las variaciones. Ocho notas no son nada pero sus variaciones hacen la monumental Passacaglia de la Cuarta Sinfonía o el Finale de la Heroica. Podemos considerar estos problemas desde el punto de vista del que inflige la narración, y del que la padece: el autor y el lector.
...Desde el punto de vista del autor, les diré que un incauto me preguntó una vez: Usted, ¿por qué escribe? Yo, después de una madura reflexión, le contesté: Para poder ejercer el caos con impunidad. El caos, sí, parece ser necesario detrás de las estructuras siempre tan aparentemente estrictas de toda narración. Esto se lo reveló James Joyce cuando vivía en Trieste a un escritor novato que le llevó sus obras para que le diera su parecer. Joyce sacó la lupa y leyó los textos con el ojo bueno, y en la siguiente reunión le dijo al novato: Sus historias tienen buena madera, pero son demasiado ordenadas. Les falta el élan dionisíaco; les falta caos. Lea todo Shakespeare y después vuelva a verme. Lo anterior sugiere dos cosas: una, que Joyce leía a Nietzsche; y otra, que el caos es necesario y consustancial con todo cosmos. Para no desmentir su teoría del caos, Joyce escribió luego Finnegans Wake. Yo no sé qué hizo el novato con el consejo de Joyce, pero sí sé que yo siempre lo tengo presente.
...Ante mi supuesta broma, el incauto que les mencioné antes me replicó: ¡Hombre! Si quiere ejercer el caos con impunidad, mejor dedíquese a la política. No puedo negar que ese incauto, que en el fondo era muy prudente, tenía razón. Sobre todo en un país como la Argentina actual, en que el caos y la impunidad parecen ser los atributos esenciales de la vida. Este estado de cosas quisiéramos cambiarlo, por nuestro bien, pero nos engañamos si pretendemos hacerlo a través de la literatura de ficción. La literatura de ficción no sirve para cambiar el mundo, aunque sí es fenomenalmente apta para cambiar al autor y también al lector. Nadie es el mismo después de leer La Montaña Mágica, Judah el Oscuro, Sobre Héroes y Tumbas, Contrapunto u Opus Nigrum. Pero si lo que se desea es alterar el orden social se debe recurrir al panfleto, al tratado o al ensayo, a la literatura de puras ideas, no a la ficción. Si se quiere cambiar el mundo, hay que escribir El Contrato Social, La Riqueza de las Naciones o el Manifiesto Comunista, no El Quijote de la Mancha o La dama del perrito. Lo precedente no debe inducirnos en error, ya que no significa que en la ficción no haya ideas: las hay, y en rigor debe haberlas, pero el peso y la densidad de la ficción están en otra parte. Por eso considero una falacia la del escritor de ficción comprometido en el sentido banal o sartreano del término. Yo tengo la plena convicción de que el único compromiso de un escritor debe ser con su literatura o, mejor, con su lenguaje, aunque éste sea elegido y no el lenguaje natural del escritor (pensemos, por ejemplo, en los casos de Conrad o Nabokov, apátridas de sus lenguas polaca y rusa pero próceres del idioma inglés).
...Pero esto nos lleva al segundo punto de vista, el del lector (que es también parcialmente el del autor, ya que si bien existen infinitos lectores que no son escritores, la existencia de un autor que no sea lector es una contradicción en sí misma). ¿Por qué se leen ficciones? Me parece a mí que es porque se satisface con ellas una íntima e insaciable necesidad del ser humano, más que una apetencia de distracción. Esta necesidad tiene dos aspectos o vertientes: una es la del conocimiento, la otra es la del enriquecimiento de la vida.
...Si consideramos el conocimiento, nadie podría negar que la literatura de ficción es un formidable instrumento cognitivo. Como las grandes ficciones se refieren a los hombres y sus peripecias —no hay grandes ficciones que sólo traten de dioses y ángeles—, y dado que los hombres tienen un deseo inextinguible de conocer y conocerse, el silogismo es obvio. Podemos decir, con Nietzsche, que el contenido de las grandes ficciones es “humano, demasiado humano”. Desde luego, este conocimiento que la literatura revela al hombre es el de sí mismo, no el del mundo externo. Ya dijo Dostoievski que Dios y el diablo luchan por el dominio del alma humana, y el campo de batalla es el corazón de los hombres. Yo agrego, y que el fantasma de nuestro padrecito Fiodor Mijailovich me perdone, que las novelas y los cuentos son los anales de esa guerra.
...El otro aspecto es el del enriquecimiento de la vida. Se lee porque con una vida no basta, porque la vida es demasiado corta, demasiado opaca, demasiado pobre y demasiado limitada, y con la literatura podemos trasladarnos a otros tiempos y vivir mil vidas y ser y hacer cosas que deseamos con la fuerza más irrefrenable pero que no nos atrevemos o no podemos ser o hacer. No podemos surcar el vinoso mar en cóncavas naves para abatir a los que nos ofenden, como Ulises, ni batirnos en la batalla de Waterloo como Fabrizio del Dongo, ni perforar las ventanas de la ciudad de Danzig con nuestra voz como Oskar Matzerath, ni ir a conocer el hielo de la mano de nuestro padre en una remota tarde de la infancia como el coronel Aureliano Buendía; estas maravillas nos estarán por siempre negadas en la mezquina realidad, pero allí están La Odisea, La Cartuja de Parma, El Tambor de Hojalata y Cien Años de Soledad y todas las narraciones del mundo para darnos lo que necesitamos y no tenemos, para permitirnos ser y hacer lo que queremos y no podemos.
...No podemos clavar una hacha en la cabeza de una usurera para probar que uno no es un hombre ordinario, y después padecer la expiación. No podemos ser el estudiante Rodión Raskolnikov, pero leemos Crimen y Castigo y Dostoievski nos parece un genio, no un delincuente.
...No podemos ser una burguesa de provincias, que comete adulterio por aburrimiento, que arruina a su familia y provoca la muerte de su marido, y se suicida comiendo arsénico. No podemos ser Emma Bovary, ni Charles Bovary, ni Rodolphe, ni el farmacéutico Homais. Pero leemos Madame Bovary y somos todos ellos y hasta somos Gustave Flaubert ya que, como él mismo nos lo dijo, “Madame Bovary soy yo”.
...No podemos pasarnos treinta años en una isla desierta y crear un mundo y una civilización de dos hombres, y regresar a la patria para descubrir que somos ricos. Pero leemos Robinson Crusoe y es como si Daniel Defoe hubiera descubierto las formas de nuestros sueños.
...No podemos llevar a nuestro enemigo por las catacumbas, aumentar su borrachera, emparedarlo y atravesarlo con la espada y salir tan campantes, pero leemos El Barril de Amontillado y somos Fortunato o somos Montresor, somos la afrenta y la venganza, somos la cadena y la máscara, y sospechamos que Edgar Poe sabía algo de nuestra alma.
...No podemos acostarnos con nuestra madre, matar a nuestro padre, aniquilar un monstruo en una encrucijada y descubrir nada menos que la verdad, y pagar el precio arrancándonos los ojos con una fíbula, pero leemos Edipo Rey y estamos seguros de que nos dice algo y también que dice algo de nosotros, como si Sófocles nos conociera desde antes de nacer.
...No deseo atosigarlos con más ejemplos, que son infinitos, pero creo que el punto que quiero mostrar está claro. Observemos que todos los autores de ficciones logradas son una especie de vicarios de nuestras almas, que son los exegetas de nuestros deseos, pulsiones y sueños más secretos y vigorosos, que nos han permitido cometer crímenes o realizar hazañas o hacer viajes anhelados, o tener grandezas o miserias inasequibles, o una bravura o una cobardía inauditas, o unos amores o unos odios de los que en verdad no somos capaces. Por eso los amamos y los admiramos y, a pesar de esos crímenes y esos excesos que ellos cometieron en sus obras y por nosotros, no los mandamos al cadalso sino al Parnaso. No los colgamos por miserables, sino que les erigimos estatuas de puro agradecimiento. Tal es la potencia del mito, tal la magia de la ficción.
...Yo, por mi parte, confieso que después de este libro me siento más cerca de la soga que del pedestal; pero esa es otra historia, como hubiera dicho Kipling.
...En cuanto a la lección del maestro en estos escritos, según la feliz expresión de Henry James, esa pesquisa queda para ustedes, sagaces lectores, que percibirán sin duda múltiples voces en ellos, algunas como un murmullo y otras, espero, no demasiado estentóreas. Pero, ¿qué escritor del Siglo XX no le debe algo a Kafka, algo a Sartre, algo a Rulfo, algo a Borges, algo a tantos otros? A este respecto, sólo quisiera citarles un aforismo legendario y lapidario de Lichtenberg: “Leer es tomar prestado y escribir es pagar nuestras deudas.” Y esto cierra la cuestión, aunque todo escritor estará siempre en default literario, ya que la deuda con los maestros es infinita e imposible de reembolsar. Afortunadamente.
...Proust, después de atragantarse con el té y la magdalena y poner el punto final a su novelario de tres mil páginas en que buscó y no encontró su tiempo perdido, pudo decir: la boucle est bouclée. Sí, el bucle está cerrado: cerrando el círculo, en el principio y en el fin, Uds. ven en la página 9 a quién está dedicado el volumen. Esa misteriosa “Tere” en realidad no reviste ningún misterio, ya que es mi esposa Teresa Álvarez Durán y la verdadera destinataria de estos descabellados ensueños. Espero que me lo perdone. Si le dediqué el libro, créanme que es con toda razón.
...Algunas veces, los escritores dados a reflexionar sobre su oficio crean teorías para justificar su literatura. Un escritor famoso, Hemingway, creó una teoría literaria célebre. Se trata de la teoría del iceberg, según la cual lo que se dice en la narración es, como la parte emergente de un iceberg, sólo la séptima parte del total. Así, en el texto se habla de lo que los personajes comen y beben, y cómo van vestidos, y de qué color es el automóvil que usan para ir de París a Niza. Hace falta el talento de un Hemingway para que el lector sienta que debajo de todo eso hay una intriga y una tragedia. Es la estrategia de la ocultación: lo que no se menciona es más importante que lo explícito; la parte mayor de la montaña de hielo y su centro de gravedad están debajo del agua y no se ven; lo más importante del relato no es lo que se dice sino lo que el lector infiere. Esta teoría es peligrosa, porque hace caer al escritor en la muelle tentación de escribir poco y nada o limitarse a ensartar trivialidades y creer que tiene el talento de un Hemingway, lo que casi siempre es más bien una jovial necedad. Pero Lichtenberg también señaló que un libro es un espejo y que quien se mira en él ve la imagen de sí mismo, con lo que yo —trasponiendo la teoría del iceberg y trasladando a la mente del lector la ubicación de la mole sumergida— me siento muy tranquilo y muy seguro porque confío más en ustedes que en mí, al pensar que el cañamazo de lecturas y memorias, de reflexiones y experiencias, de afinidades y rechazos que están en el intelecto de mis pacientes y sufridos lectores forman esa obra viva del iceberg, esa masa ingente que está debajo de la línea de flotación y que es mucho más que bastante para mantener a flote el poco peso de mis modestas ficciones.
...Otro escritor famoso, que era un señor medio criollo y medio inglés, que andaba con un bastón y no usaba anteojos porque era casi ciego, que vivía cerca de la esquina de Maipú y Charcas y se murió en Ginebra; ese señor que soñaba con tigres y heresiarcas y malevos, y que escribía sobre puñales y espejos y laberintos, en el prólogo de uno de sus últimos libros de cuentos y citando a Quevedo, escribió: Dios te libre, lector, de prólogos largos. Yo, parafraseando a ese señor y a Quevedo (no por esnobismo sino porque siempre conviene estar en buena compañía) les digo: Dios los libre, queridos oyentes, de presentaciones largas. Por eso ésta se terminó acá.
...Muchas gracias a todos.


* * *
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario