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"Lo primero que el cuentista le pide a su lector es atención; el novelista, paciencia."

jueves, 19 de marzo de 2009

Para una teoría del cuento

."Flores rojas en un jarrón"
Acrílico sobre tela sobre cartón de José María Fojo, cm. 30,0 x 20,0 - Año 2015
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.»Alcanzar el hecho, explicarlo: he aquí la labor recapituladora, historiante, del cuentista. Se comprende, pues, que en su tarea el lenguaje cognoscitivo y el emotivo confluyan en un solo estilo.
»Una teoría del género reclama, por lo demás, una estética del narrador y del lector. Pues la brevedad del circuito narrativo corresponde, en el primero, a una disposición mental capaz de un esfuerzo tan rápido como intenso. El cuento requiere una reducción del campo narrativo análoga al estrechamiento de conciencia que acompaña a las ideas fijas. En cierto modo, el cuentista procede como un obseso. Por algo, el tema y su recurrencia –literalmente, su debida recurrencia– pertenecen al alma del cuento. Desde el punto de vista del lector, el cuento es acto riguroso de leer: lectura por excelencia. No leemos un cuento con los mismos ojos que siguen una novela o meditan un tratado científico. En la primera, la lectura no es jamás demasiado atenta y es natural que así sea: nos toma desde ángulos y distancias muy diversos. Distraído por una trama en la que de algún modo interviene, el lector lee y no lee a un tiempo. Una novela puede reposar en las manos. Un cuento es operación estricta del ojo: atención al estado puro. La menor desviación pone en peligro el incidente, que es el suceso y el efecto: en rigor, toda la historia. Más que a conmovernos, el cuento tiende a asombrarnos y, estilísticamente, el cuentista es un virtuoso. Su “tour de force” consiste en convertir el acontecimiento en un lenguaje.

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.Mario A. Lancelotti
De Poe a Kafka. Para una teoría del cuento (Cap. I.)
Eudeba, 1965.
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martes, 3 de marzo de 2009

Estrategia del lector

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"Otoño en Lake George, New York"
Pastel sobre papel de José María Fojo, cm. 21,0 x 29,0 - Año 2014
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“Los artículos estrictamente literarios los leía varias veces. Era un lector incondicional que siempre estaba de acuerdo con todo y con todos. No tenía sentido crítico, o prescindía de él momentáneamente, y aún creo que debe ser así en el lector joven, pues la admiración enriquece mucho más que la reticencia, y sólo el que ha admirado mucho, el que lo ha admirado todo, lo bueno y lo malo, lo favorable y lo adverso, se encuentra más tarde en posesión de tesoros que ya irá depurando. El solo hecho de escribir en un periódico me parecía absolutamente mágico, como me lo sigue pareciendo, y no comprendía a algunos de aquellos genios del Círculo Académico que todo lo leían con reticencia y crítica, y que por lo tanto se estaban preparando para ser unos estreñidos literarios, unos descontentos, unos resentidos. A mí me valía todo.
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Francisco Umbral, “Las ninfas” (1975)
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