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"Lo primero que el cuentista le pide a su lector es atención; el novelista, paciencia."

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La ética de la fuga



"La casa roja"
Óleo sobre tela sobre cartón de José María Fojo, cm. 40,0 x 50,0 - Año 2012

Col. Sr. y Sra. Santiago Aberastain - Buenos Aires.



Hasta el valiente más intrépido, en el desbande del repliegue, huye. La huída es el costo moral que hay que pagar para alcanzar el privilegio de combatir en la próxima batalla, la que sin duda será victoriosa.
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Arno von Dornier, “Kriegserinnerungen” (1817)

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Acerca de Utopía

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Thomas More
Retrato por Hans Holbein el Joven
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Utopía no sólo es un disparate, sino que es un disparate monstruoso y atroz. ¿Qué clase de sociedad ideal es la que tolera la esclavitud, sostiene la pena de muerte y propicia desde el Estado la eutanasia; la que se ufana de haber erradicado el dinero, con lo cual no hay pobres pero tampoco ricos, y que atesora riquezas sólo para usarlas en la guerra? Utopía es una distopía. Lo realmente bueno de Utopía es que no existe.
...Por dictamen del Destino, o acaso por uno de esos azares dignos de Paul Auster, Erasmo de Rotterdam escribió El elogio de la locura, probablemente en 1509, mientras era huésped en la casa de Sir Thomas More, a quien dedicó la obra. ¿Una casualidad (Auster) o una fina sensibilidad de Erasmo que percibió tenues pero inconfundibles vibraciones en la cercanía de su anfitrión, las que le permitieron tener una presciencia de lo que Sir Thomas escribiría en 1516? ¿Cómo traduciría el delicado intelectual y futuro santo inglés la palabra Stultitia: Stupidity o Madness?
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J. M. F., 2010.
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jueves, 26 de agosto de 2010

Los diagnósticos del Dr. More

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"La blanqueada"
Óleo sobre chapadur de José María Fojo, cm. 27,0 x 50,0 - Año 2013
 
 
 

‘¿Pero qué,’ dijo, ‘si yo debiera codearme con otra clase de ministros, cuyos principales inventos y deliberaciones fueran por cuál arte se podrían aumentar los tesoros del príncipe?, donde uno propone elevar el valor de la moneda cuando las deudas el rey son grandes, y bajarlo cuando deben llegar los recursos, de modo que el rey pueda tanto pagar mucho con poco, como a poco recibir mucho. Otro propone simular una guerra para poder recolectar fondos para librarla, y que se firme la paz tan pronto como se tenga el caudal; y esto con tales apariencias de religión que puedan afectar al pueblo, y llevarlos a imputarlo a la piedad de su príncipe y a su cuidado por las vidas de sus súbditos. Un tercero ofrece algunas viejas y rancias leyes que se han tornado anticuadas por el largo desuso (y que, como habían sido olvidadas por todos los súbditos, también habían sido quebradas por ellos), y propone tasar las penalidades de estas leyes, de modo que, como esto acarrearía un vasto tesoro, podría haber una muy buena pretensión para ello, porque parecería que se ejecuta la ley y se hace justicia. Un cuarto propone la prohibición de muchas cosas bajo severas penas, especialmente las que fueran en contra del interés del pueblo, y luego dispensar de estas prohibiciones, mediante grandes pagos, a los que pudieren encontrar ventajas en incumplirlas. Esto serviría dos fines, ambos aceptables para muchos; porque aquéllos a quienes su avaricia llevó a transgredirlas serían severamente multados, y la venta de licencias costosas luciría como si el príncipe fuera amable con sus súbditos, y no dispensara fácilmente o a bajo precio nada que pudiera estar contra el bien público. Otro propone que se asegure que los jueces fallen siempre a favor de la prerrogativa; que se los envíe a menudo a la Corte para que el rey pueda oírlos argumentar sobre los puntos que le conciernen; porque, por muy injustas que fueran sus pretensiones siempre alguno de ellos, ora por contradecir a los otros, ora por el orgullo de la singularidad, ora por hacer la corte, encontraría alguna excusa u otra para darle al rey buenas razones para defender su punto. Porque si los jueces difieren de opinión, la cosa más clara del mundo se torna por ese medio disputable, y una vez que la verdad es cuestionada, el rey puede entonces con ventaja torcer la ley en su beneficio; mientras que los jueces que disienten serán doblegados por miedo o mansedumbre; y así ganados, todos pueden ser enviados al Tribunal para sentenciar bravamente como el rey quiere; porque nunca faltarán aceptables razones cuando la sentencia deba darse a favor del príncipe. Se dirá que la equidad está de su parte, o se encontrarán algunas palabras en la ley que lo sugieran, o se les dará algún sentido forzado; y, cuando todo lo otro falle, se dirá que la indudable prerrogativa del rey está por encima de toda ley, y que un juez religioso debe tenerla en especial consideración. Así, todos convienen en la máxima de Craso, que un rey no puede tener suficiente tesoro ya que con él debe mantener sus ejércitos; que un rey, aunque lo quisiera, no puede hacer nada injusto; que toda propiedad reside en él, no exceptuando las personas de sus súbditos; y que ningún hombre tiene otra propiedad sino la que el rey, en su bondad, cree adecuado dejarle. Y piensan que es el interés del príncipe que se les deje tan poca como sea posible, como si le fuera ventajoso que sus súbditos no tengan ni riquezas ni libertad, ya que estos bienes los hacen menos fáciles y menos dispuestos a ser sometidos a un gobierno cruel e injusto. Mientras que la necesidad y la pobreza los embotan, los vuelven pacientes, los abaten, y quiebran esa altura de espíritu que podría disponerlos a rebelarse. ¿Entonces qué si, después de que se haya hecho todas estas propuestas, me levantara y dijera que tales consejos son tanto inapropiados como dañosos para un rey; y que no sólo su honor sino su seguridad consisten más en la riqueza de sus súbditos que en la suya propia; si yo mostrara que el pueblo elige un rey para beneficio propio y no para el del rey; que, por sus cuidados y afanes, ellos puedan estar tanto cómodos como seguros; y que, por tanto, un príncipe debería tener más cuidado de la felicidad de su pueblo que de la propia, como el pastor debe tener más cuidado de su rebaño que de sí mismo? También es cierto que están muy equivocados los que piensan que la pobreza de una nación es un signo de la seguridad pública. ¿Quién pelea más que los mendigos? ¿Quién anhela más un cambio que el que se siente incómodo en sus circunstancias presentes? ¿Y quién corre a crear confusión con tan desesperado arrojo como quienes, no teniendo nada que perder, esperan ganar con ella? Si un rey cayera en tanto desprecio o envidia que no pudiera mantener sus súbditos en sus deberes sino por la opresión y el abuso, y haciéndolos pobres y miserables, sería ciertamente mejor para él abandonar su reino que retenerlo con tales métodos que le hacen, aun cuando conserve el nombre de autoridad, perder su majestad. Ni es tan decoroso para la dignidad de un monarca reinar sobre mendigos como sobre súbditos ricos y felices. Y por ello Fabricio, un hombre de temperamento noble y exaltado, dijo que “preferiría gobernar hombres ricos a ser rico él mismo; ya que un hombre que abunda en riqueza y placeres mientras todos en su derredor sufren y se quejan, es más un carcelero que un rey.” Es un torpe médico el que no puede curar una enfermedad sin arrojar su paciente a otra. De igual manera, el que no puede encontrar otra forma de corregir los errores de su pueblo sino privándolo de las conveniencias de la vida, muestra que no sabe qué es gobernar una nación libre. Debería mejor sacudirse su pereza, o deponer su orgullo, porque el desprecio o el odio que su pueblo le tiene nacen de los vicios que lo habitan. Que viva de lo que le pertenece sin dañar a otros, y acomode sus gastos a sus ingresos. Que castigue los crímenes y que, por esta sabia conducta, se afane en prevenirlos, más que en ser severo cuando se hayan vuelto demasiado comunes. Que no reviva con precipitación leyes que hayan sido abrogadas por el desuso, especialmente si han sido olvidadas durante mucho tiempo, y nunca necesarias. Y que por su quebrantamiento nunca imponga pena alguna a la que un juez no cediera frente a un hombre privado, sino que lo consideraría una persona taimada e injusta por pretenderlo. A estas cosas añadiría esa ley de los Macarios —un pueblo que vive no lejos de Utopía— por la cual el rey, el día del comienzo de su reinado, es sujeto por un juramento, confirmado por solemnes sacrificios, a nunca tener más de mil libras de oro a la vez en sus tesoros, o tanta plata como sea igual a ese valor. Esta ley, nos dicen, fue dictada por un excelente rey que tenía más interés en las riquezas de su país que en las suyas propias, y por tanto proveyó contra la acumulación de tanto tesoro que pudiera empobrecer al pueblo. Pensó que esa moderada suma sería bastante para cualquier incidente, tanto si el rey tuviera necesidad de ella contra los rebeldes, como el reino contra la invasión de un enemigo; pero que no era suficiente para alentar a un príncipe a invadir los derechos de otro hombre — una circunstancia que fue la causa principal de la creación de esa ley. También pensó que era una buena provisión para la libre circulación del dinero, tan necesaria para el curso del comercio y el intercambio. Y cuando un rey debe distribuir todos esos ingresos extraordinarios que incrementan el tesoro más allá de la cuantía debida, se torna menos dispuesto a oprimir a sus súbditos. Un rey como éste será el terror de los hombres malos y será amado de todos los buenos.’
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De "Discursos de Raphael Hythloday, sobre el mejor estado de una mancomunidad"
San Thomas More, Utopia (1516)
Traducción de J. M. F.
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martes, 24 de agosto de 2010

Pascal y la fe

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"Puente del Rosedal de Palermo, Buenos Aires"
Óleo sobre chapadur de José María Fojo, cm. 24,0 x 35,0 - Año 2015

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El célebre argumento de Pascal sobre la conveniencia de creer en Dios parece un argumento contable, más que teológico: conviene creer en Dios porque, si uno cree y Dios no existe, uno no pierde nada; pero si no cree y Dios existe, se condena para la eternidad. Notable: un argumento digno de Luca Pacioli, no de San Agustín: la hoja de balance con el Debe y el Haber. O de esos burgueses que tan bien caracterizó Balzac como “grandes calculadores” en Eugènie Grandet.
No por nada Pascal fue el inventor de la pascalina.
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.J. M. F., 2010.
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miércoles, 11 de agosto de 2010

El honor del esbirro

"Luis Aquino pintando en Villa María, Córdoba, 1944"
Óleo sobre tela sobre cartón de José María Fojo, cm. 50,8 x 40,6 - Año 2014



En primavera, un criado desconocido abordó a mi padre en una calle de Benevento, y le rogó que lo acompañase a las puertas de la ciudad. Allí los esperaban cuatro hombres montados y un caballero de mediana edad, quien dijo a mi padre:

...—Señor Zoto, he aquí esta bolsa de cincuenta cequíes para vos. Os ruego que me escoltéis a mi castillo, que está cerca, pero antes dejéis que mis criados os venden los ojos.
...Mi padre dio su consentimiento, y después de un largo camino y muchas vueltas, llegaron al castillo donde vivía el maduro señor. Una vez dentro retiraron la venda de sus ojos, y mi padre pudo ver a una dama atada a un sillón, con la cara cubierta y amordazada. Entonces el castellano se dirigió de nuevo a mi padre:
...—Señor Zoto, aquí tenéis otra bolsa con cien cequíes más. Os ruego que tengáis la bondad de apuñalar a mi esposa.
...—Señor –respondió mi padre–, me ofendéis. Yo acecho a las gentes a la vuelta de una esquina o las ataco en la espesura de un bosque, pero el de verdugo no es mi oficio.
...Dicho esto, mi padre arrojó las dos bolsas a los pies del vengativo esposo, quien, sin insistir más, ordenó que se le vendara de nuevo los ojos y se le condujera de regreso a la ciudad. Esta acción noble y generosa honró mucho a mi padre, pero pronto realizó otra que mereció aun más elogios. En Benevento había dos hombres principales, el conde de Montalto y el marqués de Serra. El de Montalto mandó llamar a mi padre y le aseguró quinientos cequíes por matar al de Serra. Mi padre aceptó la oferta, pero no sin solicitar al conde que le concediera cierto tiempo, pues sabía que el marqués se hallaba bien guardado por sus hombres. Dos días más tarde, el marqués de Serra hizo llamar a mi padre a un lugar discreto, y le dijo:
...—Zoto, aquí tenéis una talega con quinientos cequíes. Podéis quedaros con ella, pero debéis darme vuestra palabra de honor de que mataréis a Montalto.
...Mi padre tomó la bolsa y le dijo:
...—Señor marqués, tenéis mi palabra de honor de que mataré a Montalto, pero debo confesaros que le he dado a él también mi palabra de honor de mataros a vos.
...—Confío en que no haréis tal cosa –exclamó el marqués, riendo.
...—Perdón, señor marqués –respondió mi padre con la mayor seriedad–, lo he prometido y lo haré.
...El marqués dio un salto atrás y desenvainó su espada. Pero mi padre ya tenía su pistola en la mano y le disparó a la cabeza, matándolo. Después de lo cual se encaminó a la casa de Montalto y le anunció que su enemigo ya estaba muerto. El conde lo abrazó y le entregó los quinientos cequíes prometidos. Mi padre le comunicó, con ciero embarazo, que el marqués también le había entregado quinientos cequíes antes de perecer, para que lo asesinara a él. El conde dijo entonces que se felicitaba de haberse anticipado a su enemigo.
...—Señor conde –le advirtió mi padre–, el adelantamiento no os valdrá de nada, porque di mi palabra de honor al marqués de que lo haría.
...Y diciendo esto, lo apuñaló. El conde, al caer, lanzó un grito que atrajo a los criados. Pero mi padre se libró de ellos a puñaladas y huyó a las montañas, donde se reunió con los secuaces de Monaldi, los que elogiaron unánimemente una fidelidad tan estricta a la sagrada palabra de honor. Puedo aseguraros que esta característica de mi padre está todavía en boca de todo el mundo y que durante mucho tiempo se la encomiará en Benevento.
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Jan Potocki, “Manuscrit trouvé à Saragosse” (1804 – 1813)
Traducción de J. M. F.
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Tal vez el conde Potocki escribió este fragmento de Manuscrito encontrado en Zaragoza para ilustrar su convicción de que las virtudes deben fundarse en bases más sólidas que el honor.
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viernes, 11 de junio de 2010

Was bleibt aber, stiften die Dichter

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J.M. F. en el Rin, ante la Roca de la Lorelei (1995)

.Friedrich Hölderlin
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La importancia y la grandeza de la Guerra de Troya no se deben a su antigüedad, ni a su duración, ni a la geografía en que se libró, ni al encarnizamiento de Aquiles, la astucia de Ulises, la belleza de Helena ni a la ambición de Agamemón, la imprudencia de Paris, el celo de Héctor o el dolor de Príamo; no son tributarias de la arbitrariedad de Zeus, ni de los caprichos de Afrodita, ni de la furia de Ares, ni de ninguna otra cosa, personaje o acto que podamos encontrar en la Ilíada. Se deben sólo al genio poético de Homero, que nos lleva a decir, con Hölderlin, «Was bleibt aber, stiften die Dichter.»
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J. M. F., 2010.
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sábado, 20 de marzo de 2010

Underground (Cuento)

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"La Porteña"
Casa de Ricardo Güiraldes en San Antonio de Areco, Provincia de Buenos Aires
Acrílico sobre tela de José María Fojo, cm. 24,0 x 30,0 - Año 2000
Col. Inés Malinow - Buenos Aires, Argentina
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.Underground

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¿Una carta de ultratumba? Como esa flor del más allá que postuló Coleridge, me llegaba una nota de alguien de quien fui muy amigo en mi juventud y a quien, por ese malentendido que llamamos vida, no había visto en treinta años. Se me citaba en ella a comparecer junto a su cama de enfermo en un hospital de los suburbios.
....Un lémur, de sutil perecido con el muchacho que fue mi camarada de adolescencia, me observaba desde una pila de cojines; en sus ojos pervivía una chispa inconfundible, que reconocí. Sin perro que le ladrara, se extinguía panorámicamente solo.
....—Llegás tarde, y no me refiero a la hora. Tantos años no pasan en vano; pero, pese nuestras diferencias, por aquella amistad que nos enalteció, voy a pedirte algo.
....Le tomé la mano; volvíamos a ser los dos mozalbetes que se profesan una mutua admiración intelectual; pero, ¡ay!, uno tiene envidia del otro.
....—Lo que me pidas ya está hecho. Somos amigos, después de todo: siempre me entusiasmó tu literatura aunque renegué de tu política.
....—Olvidate de las dos: adonde voy no hay nada de eso –declaró con una sonrisa cansada–. Se trata, sin embargo, de mis escritos. Lo poco que publiqué ya se me escapó de las manos; eso no tiene remedio. Esta es la llave de mi departamento; en el armario de la biblioteca hay siete cartapacios que contienen mis originales inéditos. Quiero que los quemes todos. ¿Lo harás por mí?
....De modo que se me nombraba albacea e incendiario; una cruza de Max Brod con Ben Quick. Prometí:
....—Tenés mi palabra.
....Sonrió otra vez desde el fondo de su fatiga irreversible y me apretó la mano.
....—Cuando esté hecho, volvé a verme –balbució, y cayó en un sopor.
....Me llevé los papeles y los estudié con atención y minuciosidad: eran un desordenado tesoro de cuentos y poemas, y dos novelas excelentes; nunca hubiera creído que mi amigo de otrora tuviera el talento y la fuerza para escribirlas. Me llevaría meses (quizás años) revisar, expurgar y corregir todo eso para dejarlo en condiciones de ser publicado en un sello principal –el autor, a diferencia de mí, siempre fue un escritor marginal que sólo publicó en editoriales de ínfima categoría–: no bajo su firma, naturalmente. ¡Formidable!
.…Volví a interrumpir su espléndida soledad en el hospital.
....—Tus originales ya fueron quemados –anuncié sin mentirle, pensando que las fotocopiadoras son un gran invento.
....—Te lo agradezco. Ahora estoy tranquilo –susurró. No le pregunté las razones.
....—Yo también –confesé.
....(Pero siempre hay riesgos. En cuanto se durmió, tomé la jeringa hipodérmica vacía que esperaba sobre la mesa de luz.)
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José María Fojo
Mención Concurso “Roger Pla” de Cuento Breve
Rotary Club de Ramos Mejía, Provincia de Buenos Aires, 1994.
Publicado en el libro “Prosperidad de las sombras”
El Francotirador Ediciones, 2000.
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miércoles, 17 de marzo de 2010

La proximidad y el talento


"La posta roja"
Óleo sobre tela sobre cartón de José María Fojo, cm. 45,0 x 35,0 - Año 2013
Col. Sr. Juan Manuel Fojo -  Buenos Aires.




Si hay algo que un hombre de talento no puede soportar cerca de sí, es otro hombre de más talento.
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J. M. F., 1999.
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La inteligencia y la memoria

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"La casa del abeto"
Óleo sobre cartón de José María Fojo, cm. 30,0 x 40,0 - Año 2013
 
 
 
Los grandes memoriosos, como Ireneo Funes, Marcel Proust y Felisberto Hernández nos hacen sentir que no se debe despreciar tanto la memoria. La inteligencia sin la memoria es como un carro sin ruedas: pueden llenarlo con cualquier cosa, pero no los va a llevar a ningún lado…
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J. M. F., 2008.
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domingo, 14 de marzo de 2010

Huis-Clos



"La solitaria"
Óleo sobre cartón de José María Fojo, cm. 24,0 x 35,0 - Año 1999.
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¡Un infierno tan francés! No hay espejos donde mirarse el traje ni el peinado, y no se puede reposar por la causerie inglesa e insulsa de los otros réprobos.
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J. M. F., 1989
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Pareceres de Mr. Blair

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"Un peregrino"
Óleo sobre chapadur de José María Fojo, cm. 19,0 x 32,5 - Año 2013


"Hay que huir de la santidad. La esencia del ser humano es no buscar la perfección, es estar dispuesto a pecar por lealtad, no ser escéptico al punto de no poder tener amigos y estar listo, al final, a ser vencido y desgarrado por la vida: ése es el precio inevitable de amar a otros."
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George Orwell (Eric Blair), "Reflections on Gandhi" (1949).
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La limitación del genio


"El álamo solo (Paisaje de Córdoba)"
Pastel sobre papel de José María Fojo, cm. 27,0 x 21,0 - Año 2014
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Se estima que la síntesis es más problemática que el análisis, porque en aquélla se trata de armar algo complejo a partir de sus elementos constitutivos. Resulta casi imposible una síntesis sistemática en el arte porque el acto de creación es misterioso y su atmósfera es el caos, un magma primordial del que se sabe poco. Pero el análisis en la ciencia es imposible si no se conocen los elementos y principios que conforman un fenómeno. Por ejemplo, cae un objeto desde el cielo y lo llevan a un científico de renombre para que lo analice. Al abrir el objeto, el científico se encuentra con una plancha de un material desconocido, surcada por nervios metálicos y con unas extrañas semillas negras, cada una con tres tallos también de metal, enraizados en los nervios. Sir Isaac Newton fracasa en reconocer una plaqueta electrónica erizada de transistores, que cayó de un plato volador.
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J. M. F., 2002.
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jueves, 11 de marzo de 2010

Extrañas similitudes de Parsifal y Chance Gardiner

"Figura sentada leyendo" (d'après Badía Camps)
Óleo sobre chapadur de José María Fojo, cm. 17,8 x 21,2 - Año 1989
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Encontramos manifiestos parecidos entre estos dos personajes, frutos de épocas y literaturas tan disímiles. Ambos pregonan lo obvio y hacen preguntas sobre lo evidente; ambos son puros y castos, ignorantes y cándidos en grado superlativo, hermosos e inconscientes. Pero mientras el Chance Gardiner de “Desde el jardín” (“Being there”) padece de una transparente impotencia orgánica, con el Parsifal de “La leyenda del grial” no sabemos si su castidad se debe a su pura inocencia, o a que nadie le enseñó nada del sexo, o a un déficit hormonal, o a qué otra circunstancia. Los escarceos en la cama del antihéroe de la novela de Kosinski con Mrs. Rand, aunque propiciados y alentados con vehemencia por ella, terminan en nada. Los de Parsifal con la Doncella Sitiada no queda claro cómo se desarrollan ni cómo concluyen, aunque el poema de Chrétien de Troyes abunda en indicaciones de que el Caballero no sabe para qué sirve una mujer tendida en una cama, como no sea para charlar amigablemente toda la noche. Hay también notorias diferencias: en tanto que Parsifal desea con ardor ser armado caballero, portar las armas y participar de justas y combates (salir al mundo), Chance sólo aspira a regar el jardín con tranquilidad y mirar televisión (permanecer en su mundo.) Parsifal es un hombre simple que se convertirá en sabio; Chance es un hombre simple que los demás ven como un sabio sin que él se lo proponga, ya que ni siquiera tiene noticia de la sabiduría. Ambos son verídicos, directos, incapaces tanto de mentir como del menor doblez; pero ignoramos si eso no se debe a que nunca se les ocurrió que puede haber algo distinto de la verdad. Chance es diáfanamente idiota; podemos atribuir la simpleza de Parsifal tanto a un déficit cerebral como a su completa falta de educación y experiencia del mundo. El heroico Parsifal el Galés (no el de Chrétien de Troyes sino el de Wolfram von Eschenbach) inspiró la ópera homónima de Wagner. ¿Qué ópera merecerá Chance? ¿Qué poeta y qué músico se atreverán a enfilar sus afanes hacia un personaje imbécil, sin heroísmo ni malicia ni virtudes, en un siglo que parió Elektra, Salomé y Lady Macbeth de Mtsensk? ¿No habría sido una excelente oportunidad para Gian Carlo Menotti o Alberto Ginastera? Jerzy Kosinski no se arredró; Chance espera su Wagner.
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J. M. F., 2010
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Las palabras, según Ernesto Sabato

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"Paisaje con árboles secos"
Óleo sobre tabla de José María Fojo, cm. 45,0 x 35,0 - Año 2014
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Ernesto Sabato ha dictaminado que "muchos escritores prefieren emplear palabras presuntuosas, en parte porque a nadie le gusta mostrar a las claras que lo que dice es una trivialidad, y, además, porque detrás de sus ruidos no hay ni auténtica vida ni auténtica muerte: no hay más que «literatura»."
No salgo de mi asombro: si lo que hay detrás “no es más” que literatura, ¿qué mayor respaldo podría anhelar un escritor? El truco reside en el abusivo uso de la expresión “no es más”, que descalifica con sutileza. Por otra parte, quien hace de la literatura su profesión, su preocupación (y ocupación) más honda y genuina, y la fuente de su fama, no debería (en nombre de la coherencia) renegar de ella. A menos que, en tanto que escritor, quiera perdurar o trascender como pintor o filósofo.
Julio Cortázar lo expresó con mayor concisión (y hablando sólo de sí mismo): "Cuando escribo me digo: «No te encumbres, muchacho.»"
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J. M. F., 2007.
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martes, 9 de marzo de 2010

Las hipótesis innecesarias

"Manzanas y duraznos"
Acrílico sobre chapadur de José María Fojo, cm. 16,5 x 25,0 - Año 2012
Col. Carlos P. Besio - Argentina.

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Leo en “An Experiment with Time”, libro de 1927 de J. W. Dunne (Parte IV – Cap. XIX): “Esta ley [de la economía de hipótesis] nos prohíbe introducir, en la consideración de un problema, más hipótesis de las que se necesitan estrictamente para cubrir los hechos. En efecto, una hipótesis innecesaria es una hipótesis insostenible.
Notable correspondencia con las palabras del marqués de Laplace a la pregunta de Napoleón, cuando le presentó su cosmogonía:
–Pero, ¿qué lugar dejáis a Dios en vuestro sistema?
–Sire, esa hipótesis no me es necesaria.


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J. M. F., 2002.
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viernes, 26 de febrero de 2010

Los alimentos terrestres (Cuento)

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"El Cabildo y la Plaza Mayor de Buenos Aires"
Sanguina y pastel sobre papel de José María Fojo, cm. 24,7 x 24,7 - Año 2003
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Los alimentos terrestres


PROTEGIDO por el precario parapeto de palo a pique, Catán contempla el despacioso atracar del bajel anhelado, que ya arrolla gúmenas a las bitas en la clara niebla del amanecer sobre el río inmenso. Arrían las velas, tan blancas y tenues, que parecen un hálito más entre los vapores matinales que diluyen el horizonte y el gualdo cielo de Oriente; y los gritos del contramaestre se funden con los alaridos de los salvajes que sitian la miserable fortificación en la barranca, vecina al agua terrosa y quieta como la de un lago.
....Los ojos de Catán, irritados por el humo de las fogatas nocturnas y la debilidad de innúmeros días de ayuno, giran en sus órbitas dirigiéndose a la casuca de adobe donde agoniza don Pedro, el jefe andaluz que los arrastró a esta desventura, tullido y con los labios sangrantes; el hedor de los muertos que yacen insepultos y los ajusticiados por canibalismo que penden de sus cuerdas de tiento, no basta para disipar la ensoñación de vigilia que lo obsesiona: desgarrar, triturar entre los dientes, tragar las hogazas de pan como quien muerde el seno de una mujer desnuda (no es ansia de sensualidad lo que le invade sino otro sentir más terrible e íntimo, como un dolor de la sangre y la médula, y que no debe nombrarse para no enloquecer sin remedio como los náufragos que beben agua salada.) Si quedaran ratas o zapatos o lonjas de badana para comer… O si al menos cesara la algarabía de los indígenas, si hubiera silencio y quietud como hay paz y reposo en los cadáveres adelgazados hasta lo inverosímil y roídos por los sobrevivientes; si se pudiera morir sin saberlo y callando…
....Pronto comenzará, con el sol ya en lo alto, la lluvia de saetas y fuego y los intentos de asalto al fuerte, rechazados con creciente dificultad… Maldice a don Pedro y los grandes de España, y a la ridícula ciudad de los Buenos Ayres y la mala vida y al vano desvarío que la engendró en el borde de un páramo infinito, y jura sobre su alabarda y la cruz de Santiago que no ha de rendirse a la inanición; no, ahora que el navío despachado al Brasil en busca de vituallas por fin ha vuelto y está fondeado en el río, a pocas varas de la barda que separa dos muertes equivalentes: la violenta a manos de los aborígenes, y la sigilosa y tarda por efecto de la hambruna. Pero ya ventea Catán a través del aire mefítico y los filetes de humo y pestilencia, el olor de la comida que el buque atesora, como los santos perciben los aromas celestes: las frescas legumbres y los frutos pulposos, el trigo que el horno transmuta en pan y bollos, la carne fiambre y las aceitunas, el pescado en escabeche, el aceite, el vino…
....Impelido por una fuerza mayor que su miedo, salta la empalizada y se lanza hacia el río, hacia el buque que aporta un tesoro más precioso que ese Eldorado tan buscado y tan esquivo… Sin alabarda ni peto ni escudo, corre hacia el agua que mece el navío que se perfila nítido y transparente sobre la fogarada del horizonte, tan diáfano que Catán ve las nubes y el agua a través de la arboladura y el casco con claridad que aumenta a cada paso, como crecen los aullidos de los sitiadores que se acercan y el zumbido de las flechas que procuran su corazón. Comprende, cuando la nave no es ya sino un reflejo casi invisible, que nunca la alcanzará y que tampoco tendrá tiempo de volverse y ganar la protección del fuerte.
....Catán el alabardero ve esfumarse por completo el buque fantasma en el río de Solís; la primera flecha lo atraviesa.
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José María Fojo
Primer Premio Concurso “Roger Pla” de Cuento Breve
Rotary Club de Ramos Mejía, Provincia de Buenos Aires, 1996.
Publicado en el libro “Prosperidad de las sombras”
El Francotirador Ediciones, 2000.
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G. B. Shaw y el cuento

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"El arroyo"
Acrílico sobre tela sobre cartón de José María Fojo, cm. 27,9 x 35,8 - Año 2014


Es enorme la cantidad de “cuentos” que no pasan de meras descripciones, o simples narraciones (como, por ejemplo, “La madriguera”, de Kafka.) Pero si no hay un suceso, un hecho que acontece o acontecerá o, mejor aun, que aconteció, no hay cuento. (Cfr. la teoría de Mario A. Lancelotti en la entrada de este blog "Para una teoría del cuento”, del 19/03/09.) Le conviene al cuentista, por tanto, internalizar una extensión del dictum de G. B. Shaw “No conflict, no drama”: No incident, no tale.
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J. M. F., 2009.
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