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"Lo primero que el cuentista le pide a su lector es atención; el novelista, paciencia."

viernes, 20 de junio de 2008

El profesor Wolfgang Pflanze... (Relato)

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"El camino de la playa"
Óleo sobre tela de José María Fojo, cm. 30,0 x 40,0 - Año 1999

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El profesor Wolfgang Pflanze...
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...era un buen profesor y una buena persona, pero sobre todo un devoto de la física. Si el Sr. Pflanze hubiera sido creyente, habría encendido velas y quemado incienso ante altares con las imágenes de Arquímedes, Demócrito, Galileo, Newton, Planck y Einstein. Los santos de su religión habrían sido Boyle, Gay-Lussac, Rutherford, James Jeans, Niels Bohr, Michelson (éste sólo un bienaventurado), Heisenberg y Pauli (en esa religión laica, hasta los heresiarcas gozaban, a la larga, de una hagiografía.) En su corazoncito isócrono como un péndulo, siempre había un recoveco cálido para Fermi, Dirac, Gamow, Maxwell y toda esa caravana interminable. El Sr. Pflanze (quien, para mal de su alemana vanidad, no era Doktor ni Diplom-Ingenieur) tenía realmente fe en la física (Die Physik!). Nos mezclaba medio litro de agua caliente con medio litro de agua fría, y nos mostraba el litro de agua tibia que resultaba señalando con su dedo el termómetro y proclamando con unción: «Se cumple la ecuación calorimétrica Creía, con el doctor Pangloss, que ése era el mejor de los mundos posibles, porque no se podía no cumplir las leyes. El muy incauto no veía que la ecuación había sido derivada (posiblemente por un físico alemán o francés para ayudar a algún capitalista manchesteriano a engrosar sus cuentas en el Bank of England) para predecir cuál sería la temperatura final cuando se mezclan agua caliente y agua fría; él creía (pensaba que sabía, pero en realidad creía, como todo espítiru religioso) que la naturaleza se esforzaba en cumplir fielmente una ley, de la cual le era imposible evadirse. Lo que él admiraba era esa docilidad, esa imposibilidad de evasión; ni el Gobierno Alemán podía obtener tanta adhesión de sus súbditos. Lo real para él era la ley (el modelo matemático, el simulacro), no la naturaleza en sí (los fenómenos.) Por supuesto, se le escapaba en absoluto que esa mezcla de aguas a dos temperaturas implicaba el problema de la existencia de Dios (como se verá oportunamente.)
...Pflanze creía, con Poincaré, que todo fenómeno natural que no pueda medirse es inexistente (notable teoría que decreta la inexistencia de las corrientes eléctricas antes de la invención del galvanómetro del señor D'Arsonval) y detestaba a Bertrand Russell porque era inglés (un Tommy) y vizconde, pero mucho más porque había dicho que «la Física es matemática no porque sepamos mucho de la Naturaleza, sino porque sabemos demasiado poco En fin, para él, si se suelta una piedra desde una torre, cae al suelo porque la ley de gravedad la obliga. Probablemente creía que, antes de que Sir Isaac enunciara su ley (que no es válida, según afirman los epistemólogos sólo para afrentar personalmente al Sr. Pflanze), las piedras gozaban del libre albedrío de remontarse a las alturas al soltarlas desde la torre. ¡Qué piedras tan obedientes consiguió Galileo, que las soltó en Pisa (y cayeron) antes de que Newton hablara!
...Pero las verdades de la física no son, ¡ay!, inmutables como el a2 + b2 = c2 del triángulo pitagórico: ya dijo Popper que toda ciencia es contingente. No hay expresión más inexacta que "a ciencia cierta." Tomando ventaja de esta imperfección del tejido del mundo, lo inquietábamos con la Hipótesis del Gran Destornillador: así como Gali lo reventó a Ari, sir Isaac a Gali, y Einstein a todos, ya llegaría la alborada epistemológica en que Alguien lo reventaría a Einstein y su Teoría de la Absolutidad. ¿Se acuerdan de lo que decía Dickens ("Año 1775"): que mientras María Antonieta se paseaba por Versailles ya crecían en los bosques finlandeses los árboles con cuya madera se construiría su cadalso? Era inevitable: así como Sigfrido forjaba la espada para decapitar a Fafnir sin que éste lo sospechara, Alguien (¿quién?) estaba forjando ya el Gran Destornillador para aflojar la teoría des geliebten Onkels Albert, y sustituirla por otra más general y más incomprensible, pero no menos incompleta y precaria. Por otra parte, argumentábamos, no es filosóficamente necesario que la ciencia (incluyendo desde luego a la física) sea exacta, ni siquiera correcta: basta, como ya apuntó hace mucho tiempo Bertrand Russell (¡otra vez!), con que las teorías sean convergentes. Basta con que una teoría o un modelo sea aceptado (aun de mala gana) por el Sínodo de los Físicos para que, aunque incorrecta, aunque inválida, se transforme en ciencia oficial: ¿a cuántos alumnos se aplazó en nombre del modelo atómico de Jeans? Tuvo que venir Rutherford con su pequeño experimento para demostrar que los aplazados debieron haber sido Jeans y los profesores que aplazaban en nombre de su célebre modelo. Pero alcanza con la convergencia: teorías cada vez más generales, cada vez más alejadas de la comprensión del hombre común. Cualquier alcornoque entiende y acepta la teoría gravitatoria que dice que una piedra cae al suelo porque es allí donde debe estar; ¿cuántos entienden (¿cuántos tienen noticia siquiera?) las geodésicas y los tensores del Tío Alberto? Repasando un poco de historia antigua, a fin de siglo (el XIX) los físicos estaban bastante ufanos de sí mismos y de su física, pensando que sólo quedaba el refinamiento de "un decimal más." ¡Ah, marqueses empolvados bailando la giga en un salón rococó! Ya los bárbaros Planck, Einstein y Gödel afilaban sus lanzas vectoriformes para aniquilar ese mundo complaciente, no con catapultas y pez hirviendo, sino con ecuaciones diferenciales y análisis epistemológico, con sus inaceptables (pero por fin aceptadas) hipótesis, simplemente investigando conceptos tan sencillos y universalmente reconocidos como la simultaneidad entre dos sucesos y la trayectoria de un móvil. A propósito: ni hablar de ese chico Heisenberg o Scheißenberg, que postuló que se puede estar seguro de una cosa (la velocidad) pero no al mismo tiempo de otra (la posición); es decir, que (¡catástrofe!) no se puede estar seguro de todo simultáneamente. Menudo regalo para un físico: un "Principio de Incertidumbre." Resultaba entonces que hay que estar en la incertidumbre por principio; qué se le va a hacer: es una consecuencia de cómo la mente percibe el Universo. Pero, ¿cómo? (¡alarma!) ¿Acaso la ciencia no es objetiva y sus conclusiones válidas, independientemente del observador? No, señor: ¡qué mala suerte!: hemos vivido engañados como costureritas. Su hermosa Física era un bello palacio, lleno de maravillosas habitaciones y recámaras, pero de pronto una puerta se abría contra un muro, y una escalera desembocaba en el vacío, como en la casa de Asterión. El bonito palacio, construido en siglos de esfuerzo, no servía ni para explicar qué sucede con la radiación cuando se abre la puerta de un horno. Había que empezar de nuevo desde los cimientos, construir otro palacio; pero éste mucho más extraño e incómodo, plagado de aparentes incoherencias que sería menester compatibilizar, cosa que hasta ahora nadie logró (Scheißenberg, con su famoso principio, logró compatibilizar los modelos, pero no los fenómenos de que dan cuenta esos modelos.) ¿Se pueden imaginar dos cosas tan dispares como los modelos atómicos de Bohr y de Broglie? ¿Cómo es posible que un fotón sea una partícula en el efecto fotoeléctrico, y una onda en el efecto de difracción? ¿Qué demonios ES un fotón? ¡Ah, queridos, ingenuos míos: un fotón no es: lo observamos comportarse como esto o lo otro! Pero esas son moneditas: de la unificación de la teoría de la relatividad con la mecánica cuántica, ¡ni una palabra!, como diría el barón Clappique. No se gasten: esas dos teorías son incompatibles; parece haber una discontinuidad esencial en la forma que la ciencia (la mente humana) ve lo macro y lo microscópico del Universo (das Weltall!) Pero, bueno; no sólo la física clásica fue destruida entre 1900 y 1920; algunas otras menudencias pasaron en la sociedad europea de entonces, empezando en julio de 1914. Pobre Pflanze, llevaba su apellido como un estigma, y la física del Siglo Veinte era una especie de conventillo de la Boca, lleno de chismes, agachadas, cuernos, delaciones. Todo esto, por supuesto, lo agravábamos debidamente con la Teoría de la Inexistencia de la Temperatura, a saber: la temperatura no es una propiedad de los cuerpos físicos, sino un atributo de la incapacidad de la mente humana de abarcar la totalidad de algunos procesos. Demostración por el absurdo: si se conociera por completo el estado dinámico de todas las partículas de una masa de gas, ¿tendría sentido hablar de su «temperatura», que no es más que una medida del promedio de las energías de esas partículas? Evidentemente no, y que se hable de la temperatura no se debe más que a la imposibilidad del observador de conocer por completo esos estados de todas las partículas, y no a una propiedad intrínseca de la materia. El modelo, por lo tanto, depende más de las capacidades (mejor dicho, de las limitaciones) del observador que de las tan zarandeadas propiedades objetivas de la materia cuyo comportamiento la Física tiene la pretensión de describir. Con estos y otros argumentos pseudocientíficos (en realidad, psicológicos) arrastrábamos al Herrn Professor Wolfgang Pflanze a un estado de ánimo parecido al que debe sentir un cardenal al perder la fe. Nuestra actitud, para seguir con el símil eclesial, era algo así como violar a una monja en un altar.
...Hasta que un día:
...—¿Qué es la ciencia, señor Pflanze? —preguntó Manevy, de sopetón. Y Eijo, antes de que Pflanze abriera la boca, le contestó con calma didáctica:
...—Eine Weltanschauung!
...Se necesita ser adolescente para tener tanta crueldad. Hubo un breve silencio, y cuando Pflanze recobró el aliento, exclamó:
...—¡Qué para una Insolencia! (Unverschämtheit.) Yo dígoles, que Ustedes de las Cosas serias en esa Forma hablar no deben (Pflanze hablaba como escribía.)
...Lev se acomodó los anteojos y se agitó en su asiento. Me preparé para algo gordo, porque intuí que iba a proferir algún dictum memorable.
...—Si me permite, creo que todavía estamos como en la época de Platón. Sabemos qué no es la ciencia; pero qué es la ciencia, eso realmente no lo sabemos. Pero, como llaman científicos a Marx, a Freud y a Keynes, por ejemplo, creo que en verdad no sabemos nada, lo que en definitiva nos retrotrae a Sócrates.
...—Bueno, Lyadow, bueno. ¿Y entonces, qué es un científico? —dijo una voz que no era la de Pflanze. Sin hesitar un segundo, Lev definió:
...—Un científico es alguien que, en lugar de tapar agujeros, obtura perforaciones.
...El aula se vino abajo, y Pflanze salió disparado.
...Incidentalmente, lo enloquecíamos al bueno de Pflanze con las teorías de Gödel (quien, para colmo, era austríaco, lo que para un alemán equivale a decirle a un porteño que Gardel era uruguayo.) Le decíamos: «¿Qué confianza puede tenerse en una "ciencia" en la que el tiempo no es siquiera una dimensión necesaria?» Pflanze se retorcía como una oruga rociada con vitriolo, pero insistíamos: «Gödel demostró que existen soluciones de las ecuaciones cosmológicas einstenianas que no requieren del tiempo. Son soluciones posibles...» (lo mirábamos medio de côté, como diciendo "y si son posibles, tal vez sean reales en otras comarcas del universo", lo cual aumentaba su desasosiego; ese desasosiego de emperador que se entera de que en alguna de sus satrapías no se cumplen sus leyes.) Peor aun: Gödel demostró que ninguna teoría matemática puede demostrar su consistencia usando su propio lenguaje, y que toda teoría matemática que contenga la aritmética (la Física, verbigracia, dijo alguien, como quien no quiere la cosa) está imposibilitada de demostrar ciertas verdades. Siempre habrán algunas menudencias que se le escapan. Esto no significa que toda verdad no sea capturable por alguna teoría; lo que Gödel probó es que no existe teoría alguna que pueda capturar todas las verdades. Advertencia para buscadores de absolutos (en especial adolescentes):



¡NO EXISTE UNA TEORÍA COMPLETA!


...Esto no es un postulado que pueda aceptarse o no; es una tesis demostrada y como tal, constituía la verdadera úlcera en el corazón de Pflanze. De la incompletud de toda teoría se sigue que para aprehender esas pequeñas pero enfadosas verdades residuales hace falta una supra-teoría, más fuerte y general, y por ello mismo más problemática y sospechosa. Una teoría que está fuera y más allá de la física... Digámoslo sin miedo: una meta–física. Con lo que las verdades últimas, las que realmente importan, quedan reservadas a ese subconjunto de fantoches, seres poco recomendables y verdaderamente odiosos, que no se preguntan si la entropía del universo es una función uniformemente creciente, como lo prueba el experimento de mezclar agua caliente con agua fría (y que sólo se relaciona con fenómenos menores, como la Locomotora, la Bomba Atómica, la Big–Bang y la Flecha del Tiempo), sino qué es el hombre, por qué y para qué vivimos, qué es la muerte, y si existe Dios o no.


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J. M. F.
Fragmento de un capítulo de un “Bildungsroman” inconcluso.
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miércoles, 18 de junio de 2008

Semejanzas de la Historia

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"Palais de Glace"
Óleo sobre tela de José María Fojo, cm. 40,6 x 50,8 - Año 1999
Col. Dr. Enrique M. Schiavon - Buenos Aires, Argentina
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Semejanzas de la Historia
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El movimiento justicialista es como una Revolución Francesa en la que todos son Fouché, pero en la cual no existe ningún Robespierre.
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J. M. F., 2008
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martes, 17 de junio de 2008

Los desaforados aforismos de Lichtenberg

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"Deutschland"
Óleo sobre chapadur de José María Fojo, cm. 23,8 x 34,3 - Año 1995
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Los desaforados aforismos de Lichtenberg
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Georg Christoph Lichtenberg (Alemania, 1742 – 1799) fue un físico, matemático y profesor en la universidad de Göttingen, célebre por las figuras eléctricas arborescentes que estudió (sin saber que estaba prefigurando el conocimento de los fractales dos siglos antes de la creación de la Teoría del Caos) y por los aforismos que escribió sin método ni orden en cuadernos sueltos a lo largo de su vida. Su influencia se extendió a Humboldt, Volta, Scarpa, Coleridge, Kant, Goethe, Schopenhauer, Wagner, Nietzsche, Tolstoi, Kierkegaard, Wittgenstein, Thomas Mann, Freud, Auden, Musil, Breton, Canetti y Cortázar... entre otros. Pero además parecía tener un raro don de profetizar, como lo demuestran los siguientes aforismos después de más de doscientos años de escritos:

«Los pillos serían más peligrosos o, más aun, surgiría una nueva especie de pillos peligrosos, si un día de estos alguien se pusiera a estudiar el derecho de robar, tal como se estudia para proteger a la gente honrada. Así, los pillos contribuirían a la pefección de las leyes, estudiándolas con el único objeto de escapar de ellas.»

«Hay gente que, además de exaltada, es incapaz. Esta es la gente realmente peligrosa.»

«Sería bueno saber en provecho de quién, en realidad, se han realizado todas las acciones que se proclamó haber hecho “por la Patria.”»

«Herder dice bellamente: “Se puede dictaminar, como principio histórico, que ningún pueblo que se niegue a ser oprimido es oprimido.”»

«¿Qué pasaría si un día llegara del cielo la noticia de que Dios nos envía una comisión de ángeles dotados de plenos poderes para viajar por Europa, como los jueces por Inglaterra, para acabar con esos procesos que ningún juez del mundo resuelve nunca, sino de acuerdo con el derecho del más fuerte? ¿A dónde irían a parar entonces ciertos reyes y ciertos ministros? Más de uno pediría licencia para asistir a la caza de la ballena, o respirar el aire puro del Cabo de Hornos, con tal de no quedarse en su puesto.»

«Para ilustrar a la nación es absolutamente necesario ventilarla. Pues los hombres son como los trajes viejos. Hay que dejar que el viento sople sobre ellos. Cada uno puede imaginarse las cosas como quiera: yo imagino a cada Estado como un armario con ropa y a sus habitantes como los trajes que contienen. Los potentados son los señores que usan los trajes, los cepillan de vez en cuando, les sacan el polvo y, cuando los gastaron, queman los galones y arrojan lejos los andrajos restantes. Pero les falta ventilación.»

Notas:
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I. Cualquier aplicación de estos aforismos dieciochescos a la Argentina de hoy corre por cuenta exclusiva de quien la haga.
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II. Los aforismos de Lichtenberg (y cualquier aforismo) inducen en la siguiente reflexión: ¿Cómo escribir aforismos que, con el tiempo, no se transformen en lugares comunes? ¿Cómo blindar la observación más original y penetrante, escrita de modo ingenioso, de su remoto destino de perogrullada? No estoy hablando de perlas como "Sobre lo que no se puede hablar, se debe callar" de Wittgenstein, o "El arte siempre será el arte" de Goethe, que son irredimibles. ¡Ah, mis amigos: el genio no basta!

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J. M. F., 2008.
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viernes, 13 de junio de 2008

Vindicación del Apocalipsis

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"Iglesia de Candonga - Provincia de Córdoba"
Acrílico sobre chapadur de José María Fojo, cm. 40,0 x 40,0 - Año 2001
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Vindicación del Apocalipsis
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.El pensamiento de que corren los tiempos del Apocalipsis es reconfortante. Porque el Apocalipsis es el lapso que media entre la primera y la segunda venidas de Cristo; significa, por tanto, que la segunda venida aún no se produjo. Tenemos asegurada, en consecuencia, con los simples requisitos de creer que Jesús es el Cristo y la obediencia a las leyes de Dios (que implican la obediencia a las leyes de los príncipes civiles —no a los príncipes civiles en sí mismos, sino a sus leyes legítimamente promulgadas—), la vida eterna y gloriosa en el reino de Cristo; el cual, como Él mismo dijo, no es de este mundo (el del Apocalipsis): "Mi reino no es de este mundo."
...Pero, si no nos hallamos en tiempos del Apocalipsis, entonces la segunda llegada del Cristo ya se verificó y los tiempos que transcurren son los de Su glorioso reinado: el otro mundo. Y como la vida que conocemos no tiene nada de gloriosa, debemos concluir que somos los réprobos que vivieron en tiempos del Apocalipsis, resucitados y vivos en la carne, esperando la muerte definitiva. Se nos aseguró: “Tuba mirum spargens sonum,” pero, ¿y si no oímos la trompeta del Juicio? ¿Si resucitamos y nos juzgaron sin que nos diéramos cuenta? Esta es una hipótesis torpe e improbable, pero posible. Nos quedan dos consuelos: uno, creer que vivimos en tiempos del Apocalipsis y que moriremos para resucitar y ser juzgados el día del Juicio Final (estamos a tiempo de merecer una sentencia favorable); el otro es que, si somos los réprobos, nuestra próxima muerte será la última, la definitiva. Hay un gran consuelo en saber que no habrá otra muerte.

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J. M. F., 2008
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martes, 10 de junio de 2008

Un Aleph es menos raro de lo que se cree

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"Casa Sueiro-Durán en Cavadosa, Pontevedra"
Acrílico sobre tela de José María Fojo, cm. 20,0 x 40, 0 - Año 2002
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Un Aleph es menos raro de lo que se cree
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“El Aleph” de Borges es un cuento archiconocido por todo el mundo y resultaría irrespetuoso intentar un resumen (los que no lo hayan leído, pueden hacerlo con provecho.) A aquéllos que ya lo han estudiado, les pregunto qué les parece este fragmento de “Lucrecio, poeta” del libro “Vidas imaginarias” (1896) de Marcel Schwob:
«Desde allí contempló la inmensidad hormigueante del universo; todas las piedras, todas las plantas, todos los árboles, todos los animales, todos los hombres, con sus colores, con sus pasiones, con sus instrumentos, y la historia de esas cosas diversas y su nacimiento y sus enfermedades y sus muertes.»
La atalaya de Lucrecio es sólo el cielo, visto desde un abra circular en un soto de alcornoques.
Sabemos que Borges incurrió en el culto de Schwob (nos parece manifiesta la influencia de "Vidas imaginarias" en "Historia universal de la infamia" y algunas páginas de "El hacedor.") “El Aleph” tiene epígrafes de Shakespeare (Hamlet) y Hobbes (Leviathan.) En un Epílogo fechado en 1949, el autor cree «notar algún influjo del cuento "The Crystal Egg” (1899) de Wells.»
A veces, algunas células se hipertrofian hasta convertirse en un tumor completo. Sólo necesitan un catalizador, o un medio propicio.
¿Comentarios?
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J. M. F., 2008.

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viernes, 6 de junio de 2008

El descenso al Averno

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"Iglesia del Pilar"
Óleo sobre tela de José María Fojo, cm. 70,0 x 50,0 - Año 1994
Col. Teresa Álvarez Durán - Buenos Aires, Argentina
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El descenso al Averno
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Eneas encuentra el ramo de oro de Juno vaticinado por la Sibila de Cumas y lo presenta a Caronte, quien frente al talismán no puede sino llevarlo a través de la laguna Estigia para que lo ofrende a Proserpina. Ganado el acceso a los Campos Elíseos, la sombra de Anquises muestra a su hijo Eneas las almas que beben las aguas del Leteo para adquirir el olvido y poder reencarnarse; en particular, las almas de todos sus descendientes, los que perpetuarán en Roma la estirpe de los troyanos (Eneida, Libro VI.)
Pero, ¿esto es así? ¿No será que Eneas tiene una virtud mística y, dormido, sueña con Anquises y se desplaza, junto con la Sibila y la sombra de aquél, en un tiempo paralelo que les consiente vislumbrar el futuro? Es posible, pero preferimos la versión poética de Virgilio por su innegable superioridad.
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J. M. F., 2008
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miércoles, 4 de junio de 2008

La identificación con el personaje

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"La fuerza de las cosas"
Óleo sobre cartón de José María Fojo, cm. 20,9 x 27,1 - Año 1970
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La identificación con el personaje
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Durante un sueño (ese misterioso estado en que existe el otro tiempo —los otros infinitos tiempos postulados por J. W. Dunne— que nos permite ser contemporáneos de Sócrates y Descartes) se me apareció Flaubert y me dijo:
Madame Bovary c’est moi.
Yo le respondí:
—Sí, sí, Gustave; pero sólo hasta cierto punto.

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J. M. F., 2008
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