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."El camino de la playa"
Óleo sobre tela de José María Fojo, cm. 30,0 x 40,0 - Año 1999
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El profesor Wolfgang Pflanze...
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...era un buen profesor y una buena persona, pero sobre todo un devoto de la física. Si el Sr. Pflanze hubiera sido creyente, habría encendido velas y quemado incienso ante altares con las imágenes de Arquímedes, Demócrito, Galileo, Newton, Planck y Einstein. Los santos de su religión habrían sido Boyle, Gay-Lussac, Rutherford, James Jeans, Niels Bohr, Michelson (éste sólo un bienaventurado), Heisenberg y Pauli (en esa religión laica, hasta los heresiarcas gozaban, a la larga, de una hagiografía.) En su corazoncito isócrono como un péndulo, siempre había un recoveco cálido para Fermi, Dirac, Gamow, Maxwell y toda esa caravana interminable. El Sr. Pflanze (quien, para mal de su alemana vanidad, no era Doktor ni Diplom-Ingenieur) tenía realmente fe en la física (Die Physik!). Nos mezclaba medio litro de agua caliente con medio litro de agua fría, y nos mostraba el litro de agua tibia que resultaba señalando con su dedo el termómetro y proclamando con unción: «Se cumple la ecuación calorimétrica.» Creía, con el doctor Pangloss, que ése era el mejor de los mundos posibles, porque no se podía no cumplir las leyes. El muy incauto no veía que la ecuación había sido derivada (posiblemente por un físico alemán o francés para ayudar a algún capitalista manchesteriano a engrosar sus cuentas en el Bank of England) para predecir cuál sería la temperatura final cuando se mezclan agua caliente y agua fría; él creía (pensaba que sabía, pero en realidad creía, como todo espítiru religioso) que la naturaleza se esforzaba en cumplir fielmente una ley, de la cual le era imposible evadirse. Lo que él admiraba era esa docilidad, esa imposibilidad de evasión; ni el Gobierno Alemán podía obtener tanta adhesión de sus súbditos. Lo real para él era la ley (el modelo matemático, el simulacro), no la naturaleza en sí (los fenómenos.) Por supuesto, se le escapaba en absoluto que esa mezcla de aguas a dos temperaturas implicaba el problema de la existencia de Dios (como se verá oportunamente.)
...Pflanze creía, con Poincaré, que todo fenómeno natural que no pueda medirse es inexistente (notable teoría que decreta la inexistencia de las corrientes eléctricas antes de la invención del galvanómetro del señor D'Arsonval) y detestaba a Bertrand Russell porque era inglés (un Tommy) y vizconde, pero mucho más porque había dicho que «la Física es matemática no porque sepamos mucho de la Naturaleza, sino porque sabemos demasiado poco.» En fin, para él, si se suelta una piedra desde una torre, cae al suelo porque la ley de gravedad la obliga. Probablemente creía que, antes de que Sir Isaac enunciara su ley (que no es válida, según afirman los epistemólogos sólo para afrentar personalmente al Sr. Pflanze), las piedras gozaban del libre albedrío de remontarse a las alturas al soltarlas desde la torre. ¡Qué piedras tan obedientes consiguió Galileo, que las soltó en Pisa (y cayeron) antes de que Newton hablara!
...Pero las verdades de la física no son, ¡ay!, inmutables como el a2 + b2 = c2 del triángulo pitagórico: ya dijo Popper que toda ciencia es contingente. No hay expresión más inexacta que "a ciencia cierta." Tomando ventaja de esta imperfección del tejido del mundo, lo inquietábamos con la Hipótesis del Gran Destornillador: así como Gali lo reventó a Ari, sir Isaac a Gali, y Einstein a todos, ya llegaría la alborada epistemológica en que Alguien lo reventaría a Einstein y su Teoría de la Absolutidad. ¿Se acuerdan de lo que decía Dickens ("Año 1775"): que mientras María Antonieta se paseaba por Versailles ya crecían en los bosques finlandeses los árboles con cuya madera se construiría su cadalso? Era inevitable: así como Sigfrido forjaba la espada para decapitar a Fafnir sin que éste lo sospechara, Alguien (¿quién?) estaba forjando ya el Gran Destornillador para aflojar la teoría des geliebten Onkels Albert, y sustituirla por otra más general y más incomprensible, pero no menos incompleta y precaria. Por otra parte, argumentábamos, no es filosóficamente necesario que la ciencia (incluyendo desde luego a la física) sea exacta, ni siquiera correcta: basta, como ya apuntó hace mucho tiempo Bertrand Russell (¡otra vez!), con que las teorías sean convergentes. Basta con que una teoría o un modelo sea aceptado (aun de mala gana) por el Sínodo de los Físicos para que, aunque incorrecta, aunque inválida, se transforme en ciencia oficial: ¿a cuántos alumnos se aplazó en nombre del modelo atómico de Jeans? Tuvo que venir Rutherford con su pequeño experimento para demostrar que los aplazados debieron haber sido Jeans y los profesores que aplazaban en nombre de su célebre modelo. Pero alcanza con la convergencia: teorías cada vez más generales, cada vez más alejadas de la comprensión del hombre común. Cualquier alcornoque entiende y acepta la teoría gravitatoria que dice que una piedra cae al suelo porque es allí donde debe estar; ¿cuántos entienden (¿cuántos tienen noticia siquiera?) las geodésicas y los tensores del Tío Alberto? Repasando un poco de historia antigua, a fin de siglo (el XIX) los físicos estaban bastante ufanos de sí mismos y de su física, pensando que sólo quedaba el refinamiento de "un decimal más." ¡Ah, marqueses empolvados bailando la giga en un salón rococó! Ya los bárbaros Planck, Einstein y Gödel afilaban sus lanzas vectoriformes para aniquilar ese mundo complaciente, no con catapultas y pez hirviendo, sino con ecuaciones diferenciales y análisis epistemológico, con sus inaceptables (pero por fin aceptadas) hipótesis, simplemente investigando conceptos tan sencillos y universalmente reconocidos como la simultaneidad entre dos sucesos y la trayectoria de un móvil. A propósito: ni hablar de ese chico Heisenberg o Scheißenberg, que postuló que se puede estar seguro de una cosa (la velocidad) pero no al mismo tiempo de otra (la posición); es decir, que (¡catástrofe!) no se puede estar seguro de todo simultáneamente. Menudo regalo para un físico: un "Principio de Incertidumbre." Resultaba entonces que hay que estar en la incertidumbre por principio; qué se le va a hacer: es una consecuencia de cómo la mente percibe el Universo. Pero, ¿cómo? (¡alarma!) ¿Acaso la ciencia no es objetiva y sus conclusiones válidas, independientemente del observador? No, señor: ¡qué mala suerte!: hemos vivido engañados como costureritas. Su hermosa Física era un bello palacio, lleno de maravillosas habitaciones y recámaras, pero de pronto una puerta se abría contra un muro, y una escalera desembocaba en el vacío, como en la casa de Asterión. El bonito palacio, construido en siglos de esfuerzo, no servía ni para explicar qué sucede con la radiación cuando se abre la puerta de un horno. Había que empezar de nuevo desde los cimientos, construir otro palacio; pero éste mucho más extraño e incómodo, plagado de aparentes incoherencias que sería menester compatibilizar, cosa que hasta ahora nadie logró (Scheißenberg, con su famoso principio, logró compatibilizar los modelos, pero no los fenómenos de que dan cuenta esos modelos.) ¿Se pueden imaginar dos cosas tan dispares como los modelos atómicos de Bohr y de Broglie? ¿Cómo es posible que un fotón sea una partícula en el efecto fotoeléctrico, y una onda en el efecto de difracción? ¿Qué demonios ES un fotón? ¡Ah, queridos, ingenuos míos: un fotón no es: lo observamos comportarse como esto o lo otro! Pero esas son moneditas: de la unificación de la teoría de la relatividad con la mecánica cuántica, ¡ni una palabra!, como diría el barón Clappique. No se gasten: esas dos teorías son incompatibles; parece haber una discontinuidad esencial en la forma que la ciencia (la mente humana) ve lo macro y lo microscópico del Universo (das Weltall!) Pero, bueno; no sólo la física clásica fue destruida entre 1900 y 1920; algunas otras menudencias pasaron en la sociedad europea de entonces, empezando en julio de 1914. Pobre Pflanze, llevaba su apellido como un estigma, y la física del Siglo Veinte era una especie de conventillo de la Boca, lleno de chismes, agachadas, cuernos, delaciones. Todo esto, por supuesto, lo agravábamos debidamente con la Teoría de la Inexistencia de la Temperatura, a saber: la temperatura no es una propiedad de los cuerpos físicos, sino un atributo de la incapacidad de la mente humana de abarcar la totalidad de algunos procesos. Demostración por el absurdo: si se conociera por completo el estado dinámico de todas las partículas de una masa de gas, ¿tendría sentido hablar de su «temperatura», que no es más que una medida del promedio de las energías de esas partículas? Evidentemente no, y que se hable de la temperatura no se debe más que a la imposibilidad del observador de conocer por completo esos estados de todas las partículas, y no a una propiedad intrínseca de la materia. El modelo, por lo tanto, depende más de las capacidades (mejor dicho, de las limitaciones) del observador que de las tan zarandeadas propiedades objetivas de la materia cuyo comportamiento la Física tiene la pretensión de describir. Con estos y otros argumentos pseudocientíficos (en realidad, psicológicos) arrastrábamos al Herrn Professor Wolfgang Pflanze a un estado de ánimo parecido al que debe sentir un cardenal al perder la fe. Nuestra actitud, para seguir con el símil eclesial, era algo así como violar a una monja en un altar.
...Hasta que un día:
...—¿Qué es la ciencia, señor Pflanze? —preguntó Manevy, de sopetón. Y Eijo, antes de que Pflanze abriera la boca, le contestó con calma didáctica:
...—Eine Weltanschauung!
...Se necesita ser adolescente para tener tanta crueldad. Hubo un breve silencio, y cuando Pflanze recobró el aliento, exclamó:
...—¡Qué para una Insolencia! (Unverschämtheit.) Yo dígoles, que Ustedes de las Cosas serias en esa Forma hablar no deben (Pflanze hablaba como escribía.)
...Lev se acomodó los anteojos y se agitó en su asiento. Me preparé para algo gordo, porque intuí que iba a proferir algún dictum memorable.
...—Si me permite, creo que todavía estamos como en la época de Platón. Sabemos qué no es la ciencia; pero qué es la ciencia, eso realmente no lo sabemos. Pero, como llaman científicos a Marx, a Freud y a Keynes, por ejemplo, creo que en verdad no sabemos nada, lo que en definitiva nos retrotrae a Sócrates.
...—Bueno, Lyadow, bueno. ¿Y entonces, qué es un científico? —dijo una voz que no era la de Pflanze. Sin hesitar un segundo, Lev definió:
...—Un científico es alguien que, en lugar de tapar agujeros, obtura perforaciones.
...El aula se vino abajo, y Pflanze salió disparado.
...Incidentalmente, lo enloquecíamos al bueno de Pflanze con las teorías de Gödel (quien, para colmo, era austríaco, lo que para un alemán equivale a decirle a un porteño que Gardel era uruguayo.) Le decíamos: «¿Qué confianza puede tenerse en una "ciencia" en la que el tiempo no es siquiera una dimensión necesaria?» Pflanze se retorcía como una oruga rociada con vitriolo, pero insistíamos: «Gödel demostró que existen soluciones de las ecuaciones cosmológicas einstenianas que no requieren del tiempo. Son soluciones posibles...» (lo mirábamos medio de côté, como diciendo "y si son posibles, tal vez sean reales en otras comarcas del universo", lo cual aumentaba su desasosiego; ese desasosiego de emperador que se entera de que en alguna de sus satrapías no se cumplen sus leyes.) Peor aun: Gödel demostró que ninguna teoría matemática puede demostrar su consistencia usando su propio lenguaje, y que toda teoría matemática que contenga la aritmética (la Física, verbigracia, dijo alguien, como quien no quiere la cosa) está imposibilitada de demostrar ciertas verdades. Siempre habrán algunas menudencias que se le escapan. Esto no significa que toda verdad no sea capturable por alguna teoría; lo que Gödel probó es que no existe teoría alguna que pueda capturar todas las verdades. Advertencia para buscadores de absolutos (en especial adolescentes):
¡NO EXISTE UNA TEORÍA COMPLETA!
...Pflanze creía, con Poincaré, que todo fenómeno natural que no pueda medirse es inexistente (notable teoría que decreta la inexistencia de las corrientes eléctricas antes de la invención del galvanómetro del señor D'Arsonval) y detestaba a Bertrand Russell porque era inglés (un Tommy) y vizconde, pero mucho más porque había dicho que «la Física es matemática no porque sepamos mucho de la Naturaleza, sino porque sabemos demasiado poco.» En fin, para él, si se suelta una piedra desde una torre, cae al suelo porque la ley de gravedad la obliga. Probablemente creía que, antes de que Sir Isaac enunciara su ley (que no es válida, según afirman los epistemólogos sólo para afrentar personalmente al Sr. Pflanze), las piedras gozaban del libre albedrío de remontarse a las alturas al soltarlas desde la torre. ¡Qué piedras tan obedientes consiguió Galileo, que las soltó en Pisa (y cayeron) antes de que Newton hablara!
...Pero las verdades de la física no son, ¡ay!, inmutables como el a2 + b2 = c2 del triángulo pitagórico: ya dijo Popper que toda ciencia es contingente. No hay expresión más inexacta que "a ciencia cierta." Tomando ventaja de esta imperfección del tejido del mundo, lo inquietábamos con la Hipótesis del Gran Destornillador: así como Gali lo reventó a Ari, sir Isaac a Gali, y Einstein a todos, ya llegaría la alborada epistemológica en que Alguien lo reventaría a Einstein y su Teoría de la Absolutidad. ¿Se acuerdan de lo que decía Dickens ("Año 1775"): que mientras María Antonieta se paseaba por Versailles ya crecían en los bosques finlandeses los árboles con cuya madera se construiría su cadalso? Era inevitable: así como Sigfrido forjaba la espada para decapitar a Fafnir sin que éste lo sospechara, Alguien (¿quién?) estaba forjando ya el Gran Destornillador para aflojar la teoría des geliebten Onkels Albert, y sustituirla por otra más general y más incomprensible, pero no menos incompleta y precaria. Por otra parte, argumentábamos, no es filosóficamente necesario que la ciencia (incluyendo desde luego a la física) sea exacta, ni siquiera correcta: basta, como ya apuntó hace mucho tiempo Bertrand Russell (¡otra vez!), con que las teorías sean convergentes. Basta con que una teoría o un modelo sea aceptado (aun de mala gana) por el Sínodo de los Físicos para que, aunque incorrecta, aunque inválida, se transforme en ciencia oficial: ¿a cuántos alumnos se aplazó en nombre del modelo atómico de Jeans? Tuvo que venir Rutherford con su pequeño experimento para demostrar que los aplazados debieron haber sido Jeans y los profesores que aplazaban en nombre de su célebre modelo. Pero alcanza con la convergencia: teorías cada vez más generales, cada vez más alejadas de la comprensión del hombre común. Cualquier alcornoque entiende y acepta la teoría gravitatoria que dice que una piedra cae al suelo porque es allí donde debe estar; ¿cuántos entienden (¿cuántos tienen noticia siquiera?) las geodésicas y los tensores del Tío Alberto? Repasando un poco de historia antigua, a fin de siglo (el XIX) los físicos estaban bastante ufanos de sí mismos y de su física, pensando que sólo quedaba el refinamiento de "un decimal más." ¡Ah, marqueses empolvados bailando la giga en un salón rococó! Ya los bárbaros Planck, Einstein y Gödel afilaban sus lanzas vectoriformes para aniquilar ese mundo complaciente, no con catapultas y pez hirviendo, sino con ecuaciones diferenciales y análisis epistemológico, con sus inaceptables (pero por fin aceptadas) hipótesis, simplemente investigando conceptos tan sencillos y universalmente reconocidos como la simultaneidad entre dos sucesos y la trayectoria de un móvil. A propósito: ni hablar de ese chico Heisenberg o Scheißenberg, que postuló que se puede estar seguro de una cosa (la velocidad) pero no al mismo tiempo de otra (la posición); es decir, que (¡catástrofe!) no se puede estar seguro de todo simultáneamente. Menudo regalo para un físico: un "Principio de Incertidumbre." Resultaba entonces que hay que estar en la incertidumbre por principio; qué se le va a hacer: es una consecuencia de cómo la mente percibe el Universo. Pero, ¿cómo? (¡alarma!) ¿Acaso la ciencia no es objetiva y sus conclusiones válidas, independientemente del observador? No, señor: ¡qué mala suerte!: hemos vivido engañados como costureritas. Su hermosa Física era un bello palacio, lleno de maravillosas habitaciones y recámaras, pero de pronto una puerta se abría contra un muro, y una escalera desembocaba en el vacío, como en la casa de Asterión. El bonito palacio, construido en siglos de esfuerzo, no servía ni para explicar qué sucede con la radiación cuando se abre la puerta de un horno. Había que empezar de nuevo desde los cimientos, construir otro palacio; pero éste mucho más extraño e incómodo, plagado de aparentes incoherencias que sería menester compatibilizar, cosa que hasta ahora nadie logró (Scheißenberg, con su famoso principio, logró compatibilizar los modelos, pero no los fenómenos de que dan cuenta esos modelos.) ¿Se pueden imaginar dos cosas tan dispares como los modelos atómicos de Bohr y de Broglie? ¿Cómo es posible que un fotón sea una partícula en el efecto fotoeléctrico, y una onda en el efecto de difracción? ¿Qué demonios ES un fotón? ¡Ah, queridos, ingenuos míos: un fotón no es: lo observamos comportarse como esto o lo otro! Pero esas son moneditas: de la unificación de la teoría de la relatividad con la mecánica cuántica, ¡ni una palabra!, como diría el barón Clappique. No se gasten: esas dos teorías son incompatibles; parece haber una discontinuidad esencial en la forma que la ciencia (la mente humana) ve lo macro y lo microscópico del Universo (das Weltall!) Pero, bueno; no sólo la física clásica fue destruida entre 1900 y 1920; algunas otras menudencias pasaron en la sociedad europea de entonces, empezando en julio de 1914. Pobre Pflanze, llevaba su apellido como un estigma, y la física del Siglo Veinte era una especie de conventillo de la Boca, lleno de chismes, agachadas, cuernos, delaciones. Todo esto, por supuesto, lo agravábamos debidamente con la Teoría de la Inexistencia de la Temperatura, a saber: la temperatura no es una propiedad de los cuerpos físicos, sino un atributo de la incapacidad de la mente humana de abarcar la totalidad de algunos procesos. Demostración por el absurdo: si se conociera por completo el estado dinámico de todas las partículas de una masa de gas, ¿tendría sentido hablar de su «temperatura», que no es más que una medida del promedio de las energías de esas partículas? Evidentemente no, y que se hable de la temperatura no se debe más que a la imposibilidad del observador de conocer por completo esos estados de todas las partículas, y no a una propiedad intrínseca de la materia. El modelo, por lo tanto, depende más de las capacidades (mejor dicho, de las limitaciones) del observador que de las tan zarandeadas propiedades objetivas de la materia cuyo comportamiento la Física tiene la pretensión de describir. Con estos y otros argumentos pseudocientíficos (en realidad, psicológicos) arrastrábamos al Herrn Professor Wolfgang Pflanze a un estado de ánimo parecido al que debe sentir un cardenal al perder la fe. Nuestra actitud, para seguir con el símil eclesial, era algo así como violar a una monja en un altar.
...Hasta que un día:
...—¿Qué es la ciencia, señor Pflanze? —preguntó Manevy, de sopetón. Y Eijo, antes de que Pflanze abriera la boca, le contestó con calma didáctica:
...—Eine Weltanschauung!
...Se necesita ser adolescente para tener tanta crueldad. Hubo un breve silencio, y cuando Pflanze recobró el aliento, exclamó:
...—¡Qué para una Insolencia! (Unverschämtheit.) Yo dígoles, que Ustedes de las Cosas serias en esa Forma hablar no deben (Pflanze hablaba como escribía.)
...Lev se acomodó los anteojos y se agitó en su asiento. Me preparé para algo gordo, porque intuí que iba a proferir algún dictum memorable.
...—Si me permite, creo que todavía estamos como en la época de Platón. Sabemos qué no es la ciencia; pero qué es la ciencia, eso realmente no lo sabemos. Pero, como llaman científicos a Marx, a Freud y a Keynes, por ejemplo, creo que en verdad no sabemos nada, lo que en definitiva nos retrotrae a Sócrates.
...—Bueno, Lyadow, bueno. ¿Y entonces, qué es un científico? —dijo una voz que no era la de Pflanze. Sin hesitar un segundo, Lev definió:
...—Un científico es alguien que, en lugar de tapar agujeros, obtura perforaciones.
...El aula se vino abajo, y Pflanze salió disparado.
...Incidentalmente, lo enloquecíamos al bueno de Pflanze con las teorías de Gödel (quien, para colmo, era austríaco, lo que para un alemán equivale a decirle a un porteño que Gardel era uruguayo.) Le decíamos: «¿Qué confianza puede tenerse en una "ciencia" en la que el tiempo no es siquiera una dimensión necesaria?» Pflanze se retorcía como una oruga rociada con vitriolo, pero insistíamos: «Gödel demostró que existen soluciones de las ecuaciones cosmológicas einstenianas que no requieren del tiempo. Son soluciones posibles...» (lo mirábamos medio de côté, como diciendo "y si son posibles, tal vez sean reales en otras comarcas del universo", lo cual aumentaba su desasosiego; ese desasosiego de emperador que se entera de que en alguna de sus satrapías no se cumplen sus leyes.) Peor aun: Gödel demostró que ninguna teoría matemática puede demostrar su consistencia usando su propio lenguaje, y que toda teoría matemática que contenga la aritmética (la Física, verbigracia, dijo alguien, como quien no quiere la cosa) está imposibilitada de demostrar ciertas verdades. Siempre habrán algunas menudencias que se le escapan. Esto no significa que toda verdad no sea capturable por alguna teoría; lo que Gödel probó es que no existe teoría alguna que pueda capturar todas las verdades. Advertencia para buscadores de absolutos (en especial adolescentes):
¡NO EXISTE UNA TEORÍA COMPLETA!
...Esto no es un postulado que pueda aceptarse o no; es una tesis demostrada y como tal, constituía la verdadera úlcera en el corazón de Pflanze. De la incompletud de toda teoría se sigue que para aprehender esas pequeñas pero enfadosas verdades residuales hace falta una supra-teoría, más fuerte y general, y por ello mismo más problemática y sospechosa. Una teoría que está fuera y más allá de la física... Digámoslo sin miedo: una meta–física. Con lo que las verdades últimas, las que realmente importan, quedan reservadas a ese subconjunto de fantoches, seres poco recomendables y verdaderamente odiosos, que no se preguntan si la entropía del universo es una función uniformemente creciente, como lo prueba el experimento de mezclar agua caliente con agua fría (y que sólo se relaciona con fenómenos menores, como la Locomotora, la Bomba Atómica, la Big–Bang y la Flecha del Tiempo), sino qué es el hombre, por qué y para qué vivimos, qué es la muerte, y si existe Dios o no.
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J. M. F.
Fragmento de un capítulo de un “Bildungsroman” inconcluso..
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J. M. F.
Fragmento de un capítulo de un “Bildungsroman” inconcluso..
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