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"Paisaje con árboles"
Óleo sobre cartón sobre tabla de José María Fojo, cm. 26,0 x 29,0 - Año 2016
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Dice Ernesto Sabato que el francés goza de la reputación de ser un idioma muy racional, pero que no es verdad que lo sea. Para apoyar su aserto, da como ejemplo que lo que se dice “¿Qué es eso?” en castellano, en francés se expresa “Qu’est-ce que c’est ça?”, o sea: “¿Qué es esto que esto es eso?”, traducción maliciosa y de mala fe, técnica a la que Sabato parece ser bastante afecto. (Sabato se codeó en la redacción de Sur con traductores de la talla de Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo y José Bianco, pero nunca se dedicó a ese menester, quizás por considerarlo subalterno. Sabato cita profusamente los escritores franceses, pero casi nunca traduce las citas.) Hay un famoso ejemplo de una oración de Henry James traducida por él siguiendo los mismos cánones y para abonar no sé qué teoría, pero lamento no tener el ejemplo a mano. No olvidemos que un diálogo tan simple como " 'How are you?' 'Fine! I'm very well, thank you.' " puede traducirse de la siguiente manera: " —¿Cómo es usted? —¡Fino! Yo soy muy pozo, gracias a usted. "
...Sin deseo de descubrir el Mediterráneo, debo declarar que esas precariedades se deben a que la misma cosa se dice de diferentes maneras en distintos idiomas. Lo que la broma de Sabato prueba no es que la traducción sea inviable o imposible, sino que es difícil y delicada, que sólo debe confiarse a personas probas y de buena voluntad, y que no basta con conocer a fondo el idioma de origen y el de destino (si tal cosa fuera posible.) Ni hablar de la traducción de poesía, que debe confiarse –según Paul Auster y cualquier otra persona sensata– sólo a poetas. Asimismo prueba que la traducción literal, palabra por palabra, constituye un soberano disparate. El traductor debe entender el original y volcarlo en la traducción de manera más aproximada, exacta y honesta que pueda; el problema reside en que a veces es imposible entender o inferir lo que el autor intentó expresar. De allí las infinitas consultas de los traductores a los autores, cuando estos todavía están vivos. Pero, ¿qué se puede hacer si a uno le encargan una traducción de Madame Bovary? ¿Recurrir a una mesa de tres patas para dialogar con el fantasma de Flaubert? El desafío del traductor es el de encontrar, en el lenguaje destino, la mejor forma de expresar algo que se dice de determinada manera en el lenguaje fuente. Se trata evidentemente de una cuestión subjetiva, y se parece un poco al problema del escritor (en particular del cuentista) de encontrar la mejor manera y el mejor tono para una obra.
...A estas dificultades se agrega que lo normal es que casi siempre resulta imposible mantener en un idioma el sabor de lo que se dijo en otro. Cuando una madre gallega le dice a su hijo “Non saias, queridiño, que che chove moito”, al traductor, aun a un idioma tan próximo como el castellano, le será imposible no perder el matiz introducido en la frase original por la palabra ”che”, que es un pronombre de solidaridad que la madre usa para que su hijo comparta su preocupación por una mojadura. Es una palabra incluida sólo al efecto de hacer al oyente cómplice o partícipe de lo que dice el hablante, y huelga señalar que en castellano no existen los pronombres de solidaridad. Una madre de Castilla-La Mancha que le diga a su hijo “No salgas, queridito, que te llueve mucho” sólo logrará que quien la oiga piense que hay una pequeña nube ensañada con el muchacho, que lo persigue adonde vaya. Y si esa madre castellana le dice a una vecina (el ejemplo es de Borges): “La niña estaba sentadita”, ¿cómo se traduce esta sencilla oración al inglés conservando todos los matices que la palabra “sentadita” da a entender?
...Es manifiesta la imposibilidad de que una persona interesada en la inconmensurable literatura universal domine todas o una gran parte de las lenguas de Europa, en las que están escritas la mayoría de esas obras (olvidémonos de los que están interesados en las literaturas de Oriente: la India, Japón, China.) ¿Se consideraría razonable que ese fervoroso lector se privara de las obras en ruso, por ejemplo, sólo porque no conoce ese idioma? Empero, una traducción puede hundir o salvar una obra. He leído versiones de Crimen y castigo, directas del ruso, que parecían de dos novelas diferentes. Una versión lograba oscurecer y volver ininteligible la peripecia de Raskolnikov; la otra la iluminaba y aclaraba. No citaré el viejo apotegma italiano sobre los traductores y la fidelidad, pero éste es un ejemplo palmario si uno quiere creer en la integridad de la literatura.
...Lector: que el Destino te depare la traducción que mereces.
...Sin deseo de descubrir el Mediterráneo, debo declarar que esas precariedades se deben a que la misma cosa se dice de diferentes maneras en distintos idiomas. Lo que la broma de Sabato prueba no es que la traducción sea inviable o imposible, sino que es difícil y delicada, que sólo debe confiarse a personas probas y de buena voluntad, y que no basta con conocer a fondo el idioma de origen y el de destino (si tal cosa fuera posible.) Ni hablar de la traducción de poesía, que debe confiarse –según Paul Auster y cualquier otra persona sensata– sólo a poetas. Asimismo prueba que la traducción literal, palabra por palabra, constituye un soberano disparate. El traductor debe entender el original y volcarlo en la traducción de manera más aproximada, exacta y honesta que pueda; el problema reside en que a veces es imposible entender o inferir lo que el autor intentó expresar. De allí las infinitas consultas de los traductores a los autores, cuando estos todavía están vivos. Pero, ¿qué se puede hacer si a uno le encargan una traducción de Madame Bovary? ¿Recurrir a una mesa de tres patas para dialogar con el fantasma de Flaubert? El desafío del traductor es el de encontrar, en el lenguaje destino, la mejor forma de expresar algo que se dice de determinada manera en el lenguaje fuente. Se trata evidentemente de una cuestión subjetiva, y se parece un poco al problema del escritor (en particular del cuentista) de encontrar la mejor manera y el mejor tono para una obra.
...A estas dificultades se agrega que lo normal es que casi siempre resulta imposible mantener en un idioma el sabor de lo que se dijo en otro. Cuando una madre gallega le dice a su hijo “Non saias, queridiño, que che chove moito”, al traductor, aun a un idioma tan próximo como el castellano, le será imposible no perder el matiz introducido en la frase original por la palabra ”che”, que es un pronombre de solidaridad que la madre usa para que su hijo comparta su preocupación por una mojadura. Es una palabra incluida sólo al efecto de hacer al oyente cómplice o partícipe de lo que dice el hablante, y huelga señalar que en castellano no existen los pronombres de solidaridad. Una madre de Castilla-La Mancha que le diga a su hijo “No salgas, queridito, que te llueve mucho” sólo logrará que quien la oiga piense que hay una pequeña nube ensañada con el muchacho, que lo persigue adonde vaya. Y si esa madre castellana le dice a una vecina (el ejemplo es de Borges): “La niña estaba sentadita”, ¿cómo se traduce esta sencilla oración al inglés conservando todos los matices que la palabra “sentadita” da a entender?
...Es manifiesta la imposibilidad de que una persona interesada en la inconmensurable literatura universal domine todas o una gran parte de las lenguas de Europa, en las que están escritas la mayoría de esas obras (olvidémonos de los que están interesados en las literaturas de Oriente: la India, Japón, China.) ¿Se consideraría razonable que ese fervoroso lector se privara de las obras en ruso, por ejemplo, sólo porque no conoce ese idioma? Empero, una traducción puede hundir o salvar una obra. He leído versiones de Crimen y castigo, directas del ruso, que parecían de dos novelas diferentes. Una versión lograba oscurecer y volver ininteligible la peripecia de Raskolnikov; la otra la iluminaba y aclaraba. No citaré el viejo apotegma italiano sobre los traductores y la fidelidad, pero éste es un ejemplo palmario si uno quiere creer en la integridad de la literatura.
...Lector: que el Destino te depare la traducción que mereces.
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J. M. F., 2009.
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